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DOCUMENTO 291 MANIFIESTO DE BOLÍVAR A SUS CONCIUDADANOS FECHADO EN CARACAS EL 9 DE AGOSTO DE 1813 EN EL QUE HACE UN RESUMEN DE LA CAMPAÑA ADMIRABLE Y ANUNCIA LOS PLANES PARA LA ORGANIZACIÓN DEL ESTADO.*

MANIFIESTO

Del General en Jefe del Ejército Libertador a sus conciudadanos.

La conducta de Miranda [1] sometió a la República venezolana a un puñado de bandidos que, esparcidos en sus extensas poblaciones, llevaron por todas partes los suplicios, las torturas, el incendio y el pillaje; renovaron las escenas atroces con que ensangrentaron al nue­vo mundo sus primeros conquistadores. Las estipulaciones, la buena fe de sus habitantes, su dócil sumisión, lejos de ser un dique a la violencia, fue el cebo de su estúpida fiereza y rapacidad. La tiranía del rudo y pérfido Monteverde [2] echará para siempre el sello de la ignominia y del oprobio a la nación española; y la historia de su dominación será la historia de la alevosía, del terrorismo y otros semejantes resortes de su política.

La nación que infringe una capitulación solemne incurre en la proscripción universal. Toda comunicación, toda relación con ella debe romperse; ha conspirado a destruir los vínculos políticos del Universo, y el Universo debe conspirar a destruirla.

Americanos, el acto por el cual el Gobierno español ha desco­nocido el sagrado de los tratados, os ha dado un nuevo y terrible derecho a vuestra emancipación y a su exterminio.

Arroyos de sangre han regado este suelo pacífico, y para resca­tarle de la tiranía ha corrido la de ilustres americanos en los en­cuentros gloriosos de Cúcuta, Carache y Niquitao, donde su impe­tuoso valor, destruyendo al mayor número, ha inmortalizado la bi­zarría de nuestras tropas. Las repetidas y constantes derrotas de los españoles en estas acciones prueban cuánto los soldados de la libertad son superiores a los viles mercenarios de un tirano. Sin artillería, sin numerosos batallones, la fogosidad sola y la violencia de las marchas militares, ha hecho volar los estandartes tricolores desde las riberas del Magdalena hasta las fronteras de Barcelona y Guayana. La fama de nuestras victorias volando delante de nosotros, ha disipado sola ejércitos enteros, que en su delirio intentaban llevar el yugo español a la Nueva Granada y al corazón de la América Meridional. Cerca de tres mil hombres a las órdenes de Tízcar [3] , seguidos de una formidable artillería, estaban destinados a la eje­cución del proyecto. Apenas entreveen nuestras operaciones, que huyendo como el viento, arrastran consigo como un torbellino fu­rioso cuanto su rapacidad puede arrebatar a las víctimas que inmo­laban en Barinas y Nutrias. Desesperando de hallar salud en la fuga misma, al fin solicitan la clemencia de los vencedores, y caen en nuestro poder su artillería, fusiles, pertrechos, oficiales y sol­dados. Un ejército fue así destruido sin un tiro de fusil, y ni sus re­liquias pudieron salvarse.

Nada importa que el comandante Oberto [4], confiado en sus fuer­zas, intente para sostener a Barquisimeto, aventurar el éxito de una batalla con el ejército invencible. La memorable acción de los Hor­cones, ganada por nuestros soldados, es el esfuerzo mayor de la bizarría y del valor. Solos quince hombres pudieron escapar por una veloz y vergonzosa huida. Ejército de Oberto, divisiones de Coro, artillería, pertrechos, bagajes, todo fue apresado o destruido. Nada faltaba ya al ejército republicano, sino aniquilar el coloso del tirano mismo. Estaba reservado a los Taguanes ser el teatro de esta memo rabie decisión.

Monteverde había reunido allí las únicas fuerzas que podían de­fenderle. Si fue éste el último y el mayor esfuerzo de la tiranía, el resultado le fue también el más desastroso y funesto. Todos sus batallones perecieron o se rindieron. No se salvó un infante, un fusil. Sus más expertos oficiales, muertos o heridos. Este fue el momento de la redención de Venezuela. Allí fueron las últimas atrocidades de Monteverde. En su fuga incendiaba las poblaciones, pillaba a todos los habitantes, y con los despojos de los pueblos se refugió a Puerto Cabello, donde su estupidez no le ha permitido almacenar provisiones de víveres ni aun de pertrechos.

Pocas victorias han sido acompañadas de circunstancias tan glo­riosas. Ella ha dado un esplendor a las armas americanas, de que no la creían capaces los otros pueblos. No hubo sino un solo he­rido; y el ejército de Monteverde fue pulverizado. Las ciudades de Valencia, las de los Valles de Aragua, Caracas, La Guaira, todo lo que la tiranía había reducido a una desolación espantosa, fue en un momento rescatado, animado del regocijo universal; y al silencio de los muertos, sucedieron los Vivas de la libertad.

¿Quién hubiera esperado que cuatro miserables europeos, indisciplinados y sin caudillo, de la ciudad de Caracas, hubieran propuesto entonces al vencedor condiciones para rendirse? Desunidos, impotentes y sumergidos entre millares de patriotas solos bastantes para sufocarlos, presentaron un tratado de capitulación que sólo hubiera soportado la clemencia del vencedor. Se concluyó en La Victoria con ventajas que no podía esperar su estado miserable. La conciencia de sus crímenes no les permitió esperar tampoco el resultado de la negociación, corrieron vergonzosamente en tropel a los buques de la bahía, como solo medio de su salvación.

Habitantes de Caracas y La Guaira: vosotros habéis sido testi­gos oculares del desorden escandaloso con que el Gobierno español ha desaparecido de entre vosotros, abandonando a merced de los vencedores a los mismos que debían ser el blanco de la ira y la venganza. ¿Qué hombres sensatos podrán ser más los partidarios de un inicuo Gobierno, que después de haberlos envuelto en sus crímenes, los expone él mismo al sacrificio? ¿Un Gobierno cuyo ob­jeto es el pillaje, sus medios la destrucción y la perfidia; y que lejos de ver la defensa general, rinde al cuchillo a sus más com­prometidos defensores?

Nuestra clemencia ha perdonado a esta última perfidia; ha re­tirado del suplicio a los destructores de Venezuela y ha propuesto por una comisión a sus residuos, acogidos en Puerto Cabello, ex­tender a ellos mismos tan incomparable generosidad. Si ellos re­sisten, su obstinación labrará su pérdida por un funesto escar­miento.

Está borrada, venezolanos, la degradación e ignominia con que el déspota insolente intentó manchar vuestro carácter. El mundo os contempla libres, ve vuestros derechos asegurados, vuestra representación política sostenida por el triunfo. La gloria que cubre las armas de los libertadores excita la admiración del mundo. Ellas han vencido; ellas son invencibles. Han infundido un pánico terror a los tiranos, infundirán un decoroso respeto a los Gobier­nos independientes como el vuestro. La misma energía que os ha hecho renacer entre las naciones, sostendrá para siempre vuestro rango político.

El General que ha conducido las huestes libertadoras al triunfo, no os disputa otro timbre que el de correr siempre al peligro y llevar sus armas donde quiera que haya tiranos. Su misión está realizada. Vengar la dignidad americana tan bárbaramente ultra­jada, restablecer las formas libres del Gobierno republicano, que­brantar vuestras cadenas, ha sido la constante mira de todos sus co­natos. La causa de la libertad ha reunido bajo sus estandartes a los más bravos soldados, y la victoria ha hecho tremolarlos en San­ta Marta, Pamplona, Trujillo, Mérida, Barinas y Caracas.

La urgente necesidad de acudir a los débiles enemigos que no han reconocido aún nuestro poder, me obliga a tomar en el mo­mento deliberaciones sobre las reformas que creo necesarias en la constitución del Estado. Nada me separará de mis primeros y úni­cos intentos. Son vuestra libertad y gloria.

Una asamblea de notables, de hombres virtuosos y sabios, debe convocarse solemnemente para discutir y sancionar la naturaleza del Gobierno, y los funcionarios que hayan de ejercerle en las crí­ticas y extraordinarias circunstancias que rodean a la República. El Libertador de Venezuela renuncia para siempre, y protesta formal­mente, no aceptar autoridad alguna que no sea la que conduzca nuestros soldados a los peligros para la salvación de la Patria.

Caracas, 9 de agosto de 1813, 3° de la Independencia y 1° de la Guerra.

De orden del General en Jefe.

ANTONIO MUÑOZ TEBAR,

Secretario de Estado.

* Archivo del Libertador, tomo 69, folio 5. De un hoja suelta impresa en la misma fecha del documento en el Taller de Juan Baillío como consta al pie del impreso. No se conoce el original manuscrito. Es probable que este manifiesto haya sido redactado la víspera del día en que aparece fecha­do, por cuanto se menciona en la comunicación de dicha fecha dirigida por Bolívar a la Comisión político-militar del Supremo Congreso de la Nueva Granada. Véase doc N° 290. Sobre la persona de Antonio Muñoz Tébar, quien firma el manifiesto por orden de Bolívar, véase la nota 1 del doc. N° 289.

Notas

[1] Se refiere al General Francisco de Miranda. Véase la nota principal del doc. N° 62, de la correspondencia oficial de esta colección.

[2] El jefe realista Domingo de Monteverde. Véase la nota 12 del doc. N° 97, de la correspondencia oficial de esta colección.

[3] El oficial realista Antonio Tízcar, o Tíscar. Véase la nota 12 del doc. N° 235, de la correspondencia oficial de esta colección.

[4] El jefe realista Francisco Oberto. Véase la nota 4 del doc. N° 266, de la correspondencia de esta colección. Murió en la batalla de Carabobo (1821), combatiendo en las filas realistas.

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