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DOCUMENTO 10742. CARTA DEL LIBERTADOR PARA EL PRESIDENTE DEL CONSEJO DE GOBIERNO, DOCTOR JOSÉ HIPÓLITO UNA-NUE, FECHADA EN EL CUZCO EL 22 DE JULIO DE 1825, EN LA CUAL TRATA VARIOS ASUNTOS: LO RELATIVO AL ENVÍO DE 4.400 HOMBRES A COLOMBIA; SOBRE LA PROTECCIÓN QUE DEBE PRESTÁRSELE AL GENERAL SALOM CON MOTIVO DE LA REUNIÓN DE BUQUES EN EL SUR; QUE EL 26 DE JULIO MARCHARÁ HACIA PUNO; QUE HAGA CUMPLIR LOS DECRETOS EN EL TERRITORIO; QUE EL OBISPO DEL CUZCO HA PRESENTADO UN PROYECTO PARA EL PAGO DE LOS CURAS; LE COMENTA SOBRE LOS MONUMENTOS DE LOS INCAS; QUE LOS DESCENDIENTES DE LOS INCAS, A SU PARECER, SON LOS MEJORES PERUANOS POR SU BONDAD Y VIRTUD; Y FINALMENTE TRATA ASPECTOS RELACIONADOS CON LOS GASTOS DEL EJÉRCITO UNIDO.*

Cuzco, 22 de julio de 1825.

Excelentísimo Señor Presidente del Consejo de Gobierno,

Doctor J. Hipólito Unanue.

Mi querido presidente:

Remito a vuestra merced una carta para el general Salom, que tendrá vuestra merced la bondad de entregarle. Como yo estoy siempre temblando por la vida de ese intrépido y virtuoso militar, temo que lo encuentre muerto esta carta cuando llegue a manos de vuestra merced.

Por lo mismo, es oportuno para vuestra merced para que se sirva dar las órdenes necesarias para que cumpla lo que digo en esta carta. Toda ella se reduce al envió de cuatro mil cuatrocientos hombres que deben marchar a Colombia, de Arica, Quilca y el Callao en todo el resto de este año. Deseo que tome vuestra merced mucho interés en que se cumplan las órdenes que he dado sobre esta materia; y también deseo que Ud. tenga la bondad de prestarle toda su protección al general Salom para que vengan los buques al Sur, como antes he dicho, y se ejecute la expedición del Callao en di ciembre, con un batallón y un escuadrón. De este modo quedarán dos mil hombres de Colombia en el Alto Perú, y dos mil cuatrocientos entre Are­quipa y Lima, y reduciendo los batallones del Perú a cuatrocientas plazas y los escuadrones a ciento, como antes he mandado y estoy haciendo ejecutar sin dejar cuerpos sueltos, ni permitir que haya gastos extraordinarios de guerra, podemos mantener, con setenta a ochenta mil pesos al mes, todos los gastos del Perú. Otro tanto valdrá la lista civil; otro tanto los gastos extraordinarios; y le puede quedar un millón o millón y medio para pagar los réditos de la deuda nacional. He aquí mi cálculo: un millón la lista civil, un millón la militar y otro millón la lista de las relaciones exteriores y los gastos extraordinarios. Estos tres millones los pueden dar las aduanas, las minas y los demás derechos que el gobierno cobra, pues que no hay razón, para que un departamento con otro, no dé cuatrocientos mil pesos al aflo. Después nos queda la contribución directa para pagar los réditos de la deuda nacional. Pero todo esto requiere mucho celo de parte del gobierno y mucha honradez de parte de sus agentes. Tenemos muchos gastos inútiles y hay muchos desórdenes todavía. Yo creo que no hay aduana que no dé al mes cincuenta mil pesos; y cada departamento puede dar muy poco menos. Pero hay mucho robo todavía y este robo se debe denunciar al Congreso, al público, y perseguir más que a los godos. La mayor parte de los agentes del gobierno le roban su sangre, y esto debe gritarse en los papeles públicos y en todas partes.

Yo me voy el 26 para Puno y deseo que vuestra merced haga aplicar en los departamentos de su mando los decretos que he dado aquí, los que se deben cumplir allá, porque son gratos; y los que son particulares deben acomodarse, aplicarse e imitarse como se pueda en los casos y en las circunstancias que se presenten en los departamentos del Norte. Tiempo es ya de hacer algún bien a costa de los abusos y de las sanguijuelas que nos han chupado el alma hasta ahora. Los bienes eclesiásticos nos pueden ser muy útiles para la educación pública. Aquí he dado rentas de los padres ricos a los colegios y hospitales pobres, y han quedado ricos, según dicen.

El obispo del Cuzco me ha presentado un proyecto de contribución moderada para pagar a los curas, en lugar de las obvenciones que actual­mente reciben. El proyecto me ha parecido bueno y pienso aprobarlo, a fin de que vuestra merced por allá lo hagan ejecutar, si les parece bien. El proyecto es benéfico y tiene un carácter de decencia que honra a la Iglesia y al pueblo. Cada cabeza de familia rica paga dos pesos al año, un peso los que tienen mediana comodidad y cuatro reales los pobres y jornaleros. Esto hace un grande ahorro. Ninguna vida pasa de cincuenta años, una con otra: luego lo más que paga el pobre en toda su vida, son veinte y cinco pesos por su familia, la cual tiene poco más o menos cinco bautismos, cinco matrimonios y cinco entierros. Todo por veinte y cinco pesos pagables, no en un día, sino en toda una vida de apuros y de infortunios, como sucede siempre en los partos, entierros y muertes, sólo por esta circunstancia es muy ventajoso el proyecto. Hágalo vuestra merced examinar por personas sabias y dígame vuestra merced sus observaciones.

He visto los monumentos de los Incas, que tienen el mérito de la originalidad y un lujo asiático.

El prefecto y todo el pueblo del Cuzco me ha obsequiado de un modo extraordinario. Diré a vuestra merced con franqueza que a primera vista me parecen los nietos y conciudadanos de los Incas los mejores de los peruanos. Creo que en otras provincias no hay la bondad que en ésta. Arequipa está llena de godos y de egoístas: aseguro a Ud. que, con toda la prevención favorable que les tenía, no me han gustado. Es el pueblo que menos ha sufrido de la patria, y el que menos la quiere.

Aquí se han gastado 400.000 mil duros con el paso del ejército, y en Arequipa quinientos setenta mil. En Puno y en Ayacucho ha sucedido poco menos. Yo he visto las cuentas y, al parecer, están arregladas; porque yo ni soy contador, ni entiendo de economía.

Supongo que el Callao estará en manos de vuestra merced cuando llegue esta carta, y así lo deseo para la prolongación de su vida y la gloria de su presidencia.

Todavía no he sabido una palabra de las decisiones de la asamblea del Alto Perú, aunque ya podía saber algo.

En Ayacucho hay muchos desórdenes, por unos pocos argentinos que hay allí. He mandado que Pardo de Zela venga volando y que el coro­nel Deesa vaya a sucederle interinamente en Huánuco. Este coronel es argentino y porque no está en el estado mayor lo mando a Huánuco. Cuando vuestra merced tenga con quien relevarlo interinamente, puede Ud. man­darlo para su país.

El general Otero me ha disgustado mucho en Arequipa y, por lo mismo, debe mandarse un buen prefecto a Huánuco. Yo no quisiera que mientras yo esté en el Perú, mandase Otero ningún departamento porque lo ha hecho indignamente en Arequipa.

Por todo lo que veo, el departamento de la Libertad, no da la mi­tad de lo que debía. Vuestra merced mande examinar eso. Sus gastos son enormes. Repito que todo está malo todavía, y muy malo. Guayaquil me ha dado un millón después de un año, siendo una provincia de sesenta mil almas, porque todo estaba en orden y sin ladrones. Cuando Federico II subió al trono se encontró un ejército de sesenta mil veteranos; y un tesoro de ahorro, no teniendo la Prusia más de dos millones y medio de almas que habitaban el país más estéril del mundo. ¿Por qué nosotros no podemos hacer otro tanto sin un ejército enorme, sin un trono ni una corte lujosa? Todo viene del desorden.

Cristóbal, rey de Guárico [1], sostenía un reino, una corte y un ejército de treinta mil hombres muy bien mantenido. Su pueblo no llegaba a dos­cientas cincuenta mil almas. ¡Qué prodigio! ¡Qué contraste! Los amos de las minas, los dueños de los Andes de plata y oro, están pidiendo millones prestados para mal pagar a su pequeño ejército y a su miserable administra­ción. Que se diga todo esto al pueblo y que se declame fuertemente contra nuestros abusos y nuestra inepcia, para que no se diga que el gobierno ampara el abominable sistema que nos arruina. Que se declame, digo, en la Gaceta del Gobierno contra nuestros abusos; y se presenten cuadros que hieran a la imaginación de los ciudadanos.

Adiós, mi querido presidente, basta por hoy.

Soy de Ud. afmo. amigo.

[BOLÍVAR]

* De un impreso moderno: Hipólito Unanue, Obras científicas y Literarias, tomo II, pp. 411-414.

Notas

[1] Rey de Guarico. Se refiere a Cristóbal o Enrique I, quien para 1814 era rey de Cabo Haitiano, llamado también Guarico, bahía y puerto al norte de Haití.

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