.
Portada del sitio > 4) Período (07AGO AL 31DIC 1813) Correspondencia Oficial > DOCUMENTO 558 INFORME DEL SECRETARIO DE RELACIONES EXTERIORES, ANTONIO (...)

DOCUMENTO 558 INFORME DEL SECRETARIO DE RELACIONES EXTERIORES, ANTONIO MUÑOZ TEBAR, FECHADO EN CARACAS EL 31 DE DICIEMBRE DE 1813, RELATIVO A LA ACTUACION DE ESE DESPACHO HASTA FINES DE 1813.*

Informe del Secretario de Estado y Relaciones Exteriores ciudadano Antonio Muñoz Tébar, al Excelentísimo señor General en Jefe Libertador de Venezuela.

La nación que V.E. acaba de libertar, no existía poco tiempo ha. V.E. la hace aparecer repentinamente, y de todas partes los ojos vuelven a fijarse sobre ella. No deben esperar, sin embargo, hallar en la historia del Gobierno de V.E. una conformidad absoluta con la de esos Gobiernos, cuyo origen sube a las edades que nos han precedido. Es fácil, cuando todo se ha encontrado hecho, ostentar grandes progresos, y atribuirse delante del mundo las ventajas que han producido anteriores trabajos. V.E. ha tenido que crearlo todo: el Imperio, y el Gobierno. No es la gloria de V.E. ser el sucesor de una soberanía sobre una nación formidable, sostenida y respe­tada por alianzas y tratados solemnes; no ha hallado V.E. tesoros inmensos, un ejército, y una marina organizada; todo ha sido menester producirlo. No es la gloria de V.E. la gloria del poder: es la gloria de la virtud. Cuando se hable de los efectos del Gobierno de V.E., nada se hallará semejante a las pomposas relaciones de los Gobiernos de Europa; no se oirá decir nada de medio millón de soldados; de mil navíos, de millones y millones de pesos fuertes. Se hallará sí el cuadro que nos ofrecen Rómulo, padre de un pueblo que con el heroísmo sujetó al Universo; Washington y Guillermo Tell; y esas dos ilustres Repúblicas, libertadas por sus esfuerzos.

Cuatro meses ha que la victoria hace ejercer a V.E. sobre la naciente República el Poder Soberano. Los mismos hace, que la generosidad de V.E. me llamó al Ministerio, confiando sin duda en que el celo supliría en mí la falta de los talentos. V.E. ha visto que de nada sirven los mejores sentimientos, si no los preside ese genio creador que sólo puede acertar en los grandes negocios. Yo hablaré, sin embargo, a V.E. del estado de nuestras principales relaciones exteriores, reservando presentarle separadamente el es­tado de nuestras rentas: los dos Departamentos importantes, cuya dirección me encargó V.E.

Los esfuerzos felices del pueblo de Caracas, el 19 de abril [1], arrojaron de nuestro seno a Emparan [2]. Un impulso espontáneo hizo sacudir a las demás Provincias el yugo opresor de sus Gobernantes. El vil hábito de la esclavitud, el más difícil de destruir, las con­servó al mismo tiempo en el reconocimiento del quimérico Rey de España. En vano el Congreso Federal declaró el cinco de julio de 1811, la Independencia de Venezuela. Aquella mano tímida, que parecía temblando mover el resorte de la revolución, nos hizo brillar más, para hacer más célebre nuestra caída. Así es que la historia del Gobierno nacional de la República, no puede empezarse desde esta época lamentable. El antiguo yugo volvió a encorvar nuestros cuellos; y, si antes fuimos tratados como dóciles esclavos, entonces la venganza acumuló sobre Venezuela todos los males que puede inventar el genio de la destrucción.

Sin embargo, algunas importantes relaciones, establecidas en este período, le conceden un lugar en la historia de nuestra política. Esta región desconocida que hablaba al mundo un lenguaje in­esperado, paró la atención de las naciones; y la Inglaterra, la Fran­cia y los Estados Unidos pensaron en nosotros. La España, arrastra­da de su espíritu de dominación, fulminó contra Venezuela en sus decretos de 30 de julio y 12 de agosto de 1810, un bloqueo rigu­roso. Su rabia fue entonces burlada, y las embarcaciones españolas que se acercaron a nuestras costas, cayeron casi todas en nuestro poder. En consecuencia discurrió aquel Gabinete nuevos medios para subyugarnos, y destinó una expedición con el objeto de obrar dentro de nuestro mismo territorio. Las pérdidas de los enemigos en el bloqueo, fueron harto compensadas sobre el continente. La vergonzosa capitulación propuesta por nuestro General, sometió la República entera al Jefe español. Se vio entonces un aconteci­miento escandaloso, que aún no puede concebirse. Las fuerzas doble­mente superiores de Miranda [3] se rindieron a Monteverde [4], que en virtud del pacto sancionado ocupó sin resistencia ciudades y Pro­vincias, que podían con suceso disputarle la victoria.

La Gran Bretaña, aunque aliada a la España, e instigada por ella, no se unió a sus consejos ambiciosos para auxiliarla en esta guerra. El ministerio, al contrario, observó principios constantes de neutralidad, y prescribió estrictamente a todos los jefes de las fuerzas británicas, en circular de 4 de agosto del mismo año [5], que no se mezclaran en las desavenencias del uno u otro partido. La Francia publicó un reconocimiento de nuestro pabellón; y aun ofreció auxi­lios, que nunca se han verificado.

El Congreso de los Estados Unidos expidió el acto del 5 de diciembre de 1811. Por él manifestaba que veía la emancipación de Venezuela como un acontecimiento de los más lisonjeros, e intimaba al Presidente de los Estados, le informara de los demás pueblos de esta parte de la América, que hicieran igual declara­toria. Eran las miras de aquel Gobierno reconocer nuestra inde­pendencia, luego que se proclamara en la Nueva Granada y otras regiones que se preparaban a hacerlo, y entrar entonces en negocia­ciones con el Gobierno Independiente.

La capitulación de San Mateo [6] inutilizó todo. El oprobio de Venezuela hubiera sido eterno; el arrepentimiento de aquellos Gabi­netes constante, si los triunfos de V.E., si los esfuerzos del General Marino [7], no hubieran restablecido la República. La indignación de V.E. creció aún más, cuando aquella capitulación, en que se habían empeñado las promesas más sagradas, se vio hollada con un descaro sacrílego. Esa nación española, insensible a las voces del honor, aún mantiene en su propio seno cargado de cadenas a Roscio [8], y a. otros individuos, por más que se ha vituperado la mala fe de estos procedimientos, y se ha querido interesar su propio decoro en cumplimiento de pactos tan religiosos. V.E. quiso castigar la alevosía de los infractores, vengar los derechos ultrajados de las naciones. A falta de medios para realizarlo, la audacia, el genio y la rapidez, han conseguido lo que no podía esperarse, sino de grandes ejércitos.

Un puñado de soldados sacados de la Nueva Granada, conquista­ron con la victoria el Magdalena, Cúcuta, Santa Marta y Pamplona. Más admirable aún V.E. por la rapidez de sus operaciones que por sus triunfos gloriosos, ocupó en treinta días las Provincias de Mérida, Trujillo, Barinas y Caracas, venciendo a los españoles en cinco batallas campales. Las jornadas de Niquitao y los Horcones, debidas al soberbio valor del General Ribas [9], hicieron penetrar por todas partes los estandartes que V.E. mandaba; y la victoria de los Taguanes terminó la campaña.

Algunas tropas guarnecían aún a Caracas, La Guaira, los pueblos de Barlovento y del Llano. A la cabeza de ellas el Gobernador Fie­rro [10] propuso el 3 de agosto de 1813, la capitulación que V.E. con­cedió en La Victoria el 5. Sin esperar el resultado, a 40 leguas de distancia de Valencia, donde estaban las tropas de V.E., volaron en tropel a la bahía, temiendo menos perecer en las olas sobre buques que no sostenían el peso de tantos prófugos, que confiar en la generosidad del vencedor. Jamás se han visto tan grandes efectos del pavor que puede consternar los hombres pusilánimes, como en estos días singulares en que La Guaira y Caracas ofrecían el espec­táculo de los españoles errantes por las calles, espantados, medio desnudos, abandonando sus armas, y precipitándose al mar, sin ver el enemigo que los hacía huir. El mismo Gobernador Fierro, en otro decreto del 3 de agosto, en lugar del desprecio que afectaba prodigar sobre nuestra causa, se humilla y respeta a V.E. como Jefe de un Gobierno reconocido.

Ya había V.E. ocupado el Magdalena, Cúcuta, Santa Marta, Pamplona, Mérida, Trujillo y Barinas, y la sangre de los españoles no había corrido fuera del momento de la batalla. El derecho de represalias autorizaba no obstante a V.E. a dar la muerte indistinta­mente a todos ellos. No solamente habían infringido la capitula­ción de San Mateo, mas habían cometido los actos más horribles de una ferocidad inaudita, degollando aun en los pueblos pacíficos a los labradores, a los niños y a las mujeres, como V.E. mismo lo ha expresado al Excmo. Señor Gobernador de Curazao, en sus cartas publicadas de 4 y 9 de octubre de este año [11].

Como V.E. lo ha dicho otra vez, sus sentimientos humanos querían economizar la sangre de los malvados, si éstos, ya vencidos, no hubieran inmolado sobre un cadalso al Coronel Briceño [12], y otros oficiales que desgraciadamente aprehendieron. Impunes en sus crímenes, hubieran puesto el colmo a sus atrocidades, si la declara­ción de la guerra a muerte [13] no los hubiera aterrado, haciendo soltar de sus manos las víctimas encadenadas, destinadas al sacri­ficio.

Desde este momento, todo reconoció la República de Venezuela. No se aguardaba más que la inevitable rendición de Puerto Cabello para reposar sobre los laureles ganados, cuando el empeño de la España en destruirnos se hizo ver más que nunca. Arribó a Puerto Cabello un ejército salido de Cádiz, el más poderoso que se había mandado contra nosotros; y en consecuencia, se resucitó la guerra con mayor ardor.

La sangre española corrió con oprobio en batallas célebres; y los nuevos soldados que creían, en su orgulloso delirio, detener el veloz curso de las victorias de V.E., quedaron escarmentados de sus gi­gantescos proyectos. Los restos de esta expedición desgraciada co­rrieron a encubrir su debilidad y vergüenza en el inexpugnable castillo de San Felipe, donde no podrán por más tiempo resistir las calamidades de un sitio riguroso.

En medio de tan brillantes triunfos, V.E. lamentaba la obstina­ción de los enemigos, que le obligaba a inundar con su sangre el teatro del combate. Apenas el interés público podía sufocar los sentimientos generosos de V.E., y los más temibles conspiradores se dejaban en plena libertad. Reunidos para este tiempo, los más de ellos sublevaron los pueblos, recibieron auxilios de armas, y algunos soldados encendieron esa guerra civil, que ha cubierto de ruinas el Occidente de Caracas y la Provincia de Barinas. Una cadena de buenos sucesos aumentó su ejército con nuestras pérdidas. Esta gue­rra tomó entonces un aspecto alarmante. V.E. tuvo que volar al Occidente a la cabeza de sus tropas; y a las inmediaciones de Araure derrotó el más grande ejército que ha intentado ponernos el yugo.

La República se aseguró. V.E. tomó este momento para hacer ver al mundo su desprendimiento admirable; y en su nota oficial de 19 de este mes, a la Nueva Granada [14], protesta transmitir la soberanía a otras manos, lo más pronto que las circunstancias le permitan convocar una representación de los pueblos.

Se descubre siempre con respecto a la Nueva Granada que la política de V.E. no ha sido únicamente estrechar nuestra alianza con ella. Pretende más, hacer de ambas regiones una nación. Consi­deraciones de la mayor importancia prescriben esta medida indis­pensable. El interés de la Nueva Granada, el nuestro propio, las ideas de los otros Gabinetes sobre este particular, harto manifesta­das, obligan a V.E. a acelerar este paso. Nuestra fuerza va a nacer de esta unión. Los enemigos de la causa americana temblarán ante un tan formidable cuerpo, que por todas partes les resistirá unido. El poder y prosperidad interior llegarán a su colmo, cuando diri­gidos por un mismo impulso nuestros elementos de poder y pros­peridad, se les haga concurrir de acuerdo, a formar un gran todo. Al paso que así fomentamos la grandeza nacional, extinguimos entre nosotros todo germen de división, e impedimos lo que ya una ocasión ha afligido a la Nueva Granada, cuando se empeñaron sus regiones en una guerra que las destruía mutuamente, y hacía reír al bárbaro español, que miraba debilitar su enemigo sin riesgos suyos.

Si en esos siglos de ignominia, en que un Continente más pobla­do y más rico que la España, fue la víctima de las miras pérfidas del Gabinete de Madrid; si éste pudo desde dos mil leguas de distancia, sin enormes fuerzas, mantener la América, desde el Nue­vo México hasta Magallanes, bajo su duro despotismo, ¿por qué entre la Nueva Granada y Venezuela no podrá hacerse una sólida reunión? ¿y aun, por qué toda la América meridional no se re­uniría bajo un Gobierno único y central?

Las lecciones de la experiencia no deben perderse para nosotros; el espectáculo que nos ofrece la Europa, inundada en sangre por restablecer un equilibrio que siempre está perturbado, debe corregir nuestra política, para salvarla de aquellos sangrientos escollos; si nuestro Continente se dividiera en naciones, como en la Europa; si guiaran al Gobierno americano los principios que generalmente dirigen los Gabinetes de aquélla, nosotros tendríamos también oscilaciones del equilibrio continental, y derramaríamos la sangre que ella inmola al pie de este ídolo de su política.

Nosotros nos hallamos ahora en esas disposiciones felices, de poder dar sin obstáculo a nuestra política el giro más conveniente. V.E., a quien la América contempla victorioso, que es la admiración y la esperanza de sus conciudadanos, es el más propio para reunir los votos de todas las Regiones Meridionales; y ocuparse desde ahora en hacer a un tiempo la gran nación Americana, y preservarla de los males que ha traído a la Europa el sistema de sus naciones.

Después de ese equilibrio continental que busca la Europa donde menos parece que debía hallarse en el seno de la guerra y de las agitaciones, hay otro equilibrio, Excmo. señor, el que importa a nosotros: el equilibrio del Universo. La ambición de las naciones de Europa, lleva el yugo de la esclavitud a las demás partes del mundo; y todas estas partes del mundo debían tratar de establecer el equilibrio entre ellas y la Europa, para destruir la preponderancia de la última. Yo llamo a éste el equilibrio del Universo, y debe entrar en los cálculos de la política americana.

Es menester que la fuerza de nuestra nación sea capaz de resistir con suceso, las agresiones que pueda intentar la ambición europea; y este coloso de poder, que debe oponerse a aquel otro coloso, no puede formarse, sino de la reunión de toda la América Meridional, bajo un mismo Cuerpo de Nación, para que un solo Gobierno central pueda aplicar sus grandes recursos a un solo fin, que es el de resistir con todos ellos las tentativas exteriores, en tanto que interiormente multiplicándose la mutua cooperación de todos ellos, nos elevarán a la cumbre del poder y la prosperidad.

Estos son los votos, Excmo. señor, de esa nación del Norte, que hizo triunfar el gran Washington, y cuya política debe unirse a la nuestra, para oponer nuestros mutuos recursos, como una insupe­rable barrera a la ambición de la Europa. El genio y el carácter, que todo facilitan a V.E., le llaman a elevar esta grande obra. V.E. habrá entonces conseguido, lo que ningún mortal puede lisonjearse haber ejecutado antes, hacer desde sus principios una nación la más grande.

Tanto el plan es el más vasto que puede presentarse, tanto el más difícil de realizarse, cuanto parece más digno de V.E. Es verdad que aun cuando V.E. obrara con más rapidez que el gran César y Napoleón, los años de V.E. no pueden prolongarse hasta el tiempo necesario, por más que se reduzca, para poner el sello a esta em­presa. Sin embargo, V.E. es capaz, si duran las actuales circunstan­cias del mundo, de poner los cimientos indestructibles del gran edificio.

Proceda pues V.E. a llevar al cabo la unión proyectada con la Nueva Granada. Esto debe ser la basa de las nuevas empresas de V.E., ya que no puede renunciar a ellas, sin hacer un hurto a la América de su genio y virtud. Excepto la España, no entra en la política de las demás naciones oponerse a la veloz carrera de V.E. El pabellón venezolano surca en los mares, respetado y protegido por todas las otras banderas; pero siempre tendrá V.E. que batir las españolas; pues el Gabinete de los Reyes Católicos ve con más despecho la elevación de la América, que la humillación de la España al pie del trono del invasor. El odio que le anima contra nosotros, no es como los demás sentimientos, una pasión más o menos inflamada; corre en su sangre, roe sus entrañas la envidia venenosa con que ven nuestras glorias.

Aumente V.E. sus ejércitos; arme a toda Venezuela; vaya a batir las armas españolas, en cualquiera parte de la América que domi­nen. Confunda V.E. las pretensiones de esa nación feroz, nuestra enemiga. V.E. ha hollado sus banderas a sus pies por inmortales victorias. V.E. puede hacerla abandonar temblando y cubierta de oprobio, sus violentas usurpaciones en la América. ¡Que reducidos al polvo sus ejércitos, se estremezcan los Consejos de Cádiz, y reci­ban en la América la ley que les imponga la victoria!

V.E. se ocupa incesantemente de la forma de la Administración pública; y de perfeccionarla, al mismo tiempo que recorre el terri­torio y bate las divisiones españolas. El fuego de la sedición, aumen­tado con tantos combustibles, se apaga insensiblemente, con el suave influjo de las sabias medidas de V.E. Ya hace marchar V.E. sus tropas vencedoras a castigar la rebelde Coro. La fortuna coro­nará esta empresa, como todas las demás de V.E.; pero V.E. debe ir con su rápido vuelo sobre Maracaibo y Guayana. La libertad de estas dos Provincias prepara la libertad general de todo el mediodía de la América; y el espíritu creador de V.E. la afianzará eterna­mente, le dará un Gobierno y leyes justas.

Tengo el honor de presentar a V.E. por piezas justificativas, a más de las indicadas, la nota oficial de la Comisión del Congreso de la Nueva Granada, de 18 de septiembre de este año [15]; y la dirigida por este Ministerio, a la Autoridad de aquella nación, en 14 de agosto del mismo [16].

Soy con el mayor respeto, de V.E. atento servidor.

Cuartel General de Caracas, diciembre 31 de 1813, tercero y primero.

Excmo. Señor.

ANTONIO MUÑOZ TEBAR.

* De un impreso de época coetánea. Se publicó en dos entregas sucesi­vas de la Gazeta de Caracas, Nos. XXIX y XXX, correspondientes a los días lunes 3 y jueves 6 de enero de 1814, respectivamente. Al empezar la primera inserción, la redacción de la Gazeta puso al pie de la columna la siguiente nota: "Así la continuación de este informe, como los de los demás Secretarios de Estado, se insertarán en los números subsecuentes de la Ga­zeta". La Comisión Editora no ha podido examinar el original manuscrito. Sobre el firmante, véase la nota 1 del doc. N° 289.

Notas

[1] Se refiere a la revolución del 19 de abril de 1810.

[2] Vicente de Emparan y Orbe, Gobernador y Capitán General de­puesto el 19 de abril de 1810. Véase la nota 1 del doc. N° 52, en la correspondencia oficial de esta Colección.

[3] Francisco de Miranda. Véase la nota principal del doc. N° 62, en la correspondencia oficial.

[4] Domingo de Monteverde. Véase la nota 12 del doc. N° 97, en la correspondencia oficial.

[5] De 1810.

[6] El 24 de julio de 1812.

[7] Santiago Marino. Véase la nota principal del doc. N° 253, en la correspondencia oficial.

[8] Juan Germán Roscio. Véase la nota principal del doc. N° 58, en la correspondencia oficial.

[9] José Félix Ribas. Véase la nota 3 del doc. N° 127, en la correspondencia oficial.

[10] Manuel del Fierro. Véase la nota 1 del doc N° 284, en la correspondencia oficial.

[11] Véanse los docs. N° 415 y N° 435. La fecha de la primera carta es 2 de octubre.

[12] Antonio Nicolás Briceño. Véase la nota principal del doc. N° 34, en la correspondencia personal.

[13] Véase el doc. N° 220, en la correspondencia oficial.

[14] Véase la nota principal del doc. N° 547.

[15] 1Corre inserta en la Gazeta de Caracas, N° XXX, del jueves 6 de enero de 1814.

[16] Se publicó en la Gazeta de Caracas. N° XXXI, del lunes 10 de enero de 1814. Véase el doc. N° 304

| | Mapa del sitio | Seguir la vida del sitio RSS 2.0