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DOCUMENTO 6921. CARTA DE BOLÍVAR A SANTANDER, FECHADA EN GUAYAQUIL EL 3 DE AGOSTO DE 1822, EN LA CUAL SE EXTIENDE EN CONSIDERACIONES TOCANTES A LA INTEGRACIÓN DE GUAYAQUIL A COLOMBIA, A SU ENTREVISTA CON SAN MARTIN Y A CIERTOS PROBLEMAS DE LIMITES EN CUANTO A LAS PROVINCIAS DE JAÉN Y MAINAS.*

Guayaquil, agosto 3 de 1822.

(Contestada el 6 de septiembre).

Mi querido General:

Allá mando al Capitán Gómez con el tratado de federación concluido con el Perú. El lleva la orden de dar a usted todas las noticias que sepa del Perú y de Guayaquil. Sin duda puede informar a usted extensamente de todo, si usted tiene la paciencia de interrogarlo frecuentemente porque sus respuestas en general son concisas y parece poco inclinado a contar. Yo creo que usted debe verlo muchas veces y aun tomar por escrito las noticias más importantes que dé de los negocios del sur. Lleva además Gómez la agradable noticia de que el negocio de Guayaquil se ha decidido por aclamación y con el mayor orden posible. Todos los partidarios de la independencia y del Perú se han fugado yéndose a la escuadra del Perú. Olmedo ha sido el último dejándome una carta escrita cuya copia remitiré si hay tiempo de hacerlo. A todos estos señores se les ha tratado divinamente; una sola incomodidad no han tenido, chica o grande, desde que yo estoy aquí; con haber fugado no se ha inquirido ni el motivo de su fuga ni solicitado por sus bienes, y menos aún por sus familias. Yo he hecho profesión de un gran respeto por los miembros del gobierno, a los cuales se ha tratado como si ejerciesen la plenitud de sus funciones. En una palabra, yo no he pensado aquí en otra cosa que en hacer adorar la moderación de Colombia; pero estos señores no estaban tranquilos con el juicio de residencia que ellos mismos, antes de su caída, habían mandado preparar. Yo pienso no tocar para nada en los papeles públicos la conducta de los fugados, pero dejaré dispuesto que se tengan prontas las respuestas a sus ataques si las dieren en la imprenta de Lima. Mucho se necesita mi permanencia en este país por algún tiempo, tanto por lo que hace a la política interna y externa, como por esperar las resultas de la próxima campaña del Perú. A este propósito digo a usted que creo de necesidad se nos manden por el Istmo 2.000 fusiles y 200 o 300 quintales de plomo para armar un ejército en caso que el enemigo triunfe de San Martín, lo que según todas las noticias puede muy bien suceder. Para entonces, si Venezuela está tranquila, deberían embarcarse 2.000 hombres, en sus puertos, para que viniesen al Istmo y pasasen aquí. Anticipo este aviso para que se tomen medidas anticipadas o por lo menos se tengan previstas.

Por lo que diga a usted Gómez juzgará usted de la más o menos confianza que se deba tener de la buena fe de nuestros amigos. Antes que se me olvide diré a usted que el general San Martín me dijo algunas horas antes de embarcarse que los abogados de Quito querían formar un Estado independiente de Colombia con estas provincias; yo le repuse que estaba satisfecho del espíritu de los quiteños y que no tenía el menor temor; me replicó que él me avisaba aquello para que tomara mis medidas, insistiendo mucho sobre la necesidad de sujetar a los letrados y de apagar el espíritu de insurrección de los pueblos. Esto lo hacía con mucha cordialidad, si hemos de dar crédito a las apariencias. Añadiré a usted sobre este particular que toda la gente de corona y cerquillo de Quito ha estado sumamente disgustada conmigo porque no había echado al obispo que les es muy odioso. Uno de ellos me ha escrito un anónimo lleno de injurias personales a mí por esta misma causa; últimamente el cabildo eclesiástico de aquella capital de Quito le ha dirigido una representación al general Sucre diciéndole que hiciese dimitir al obispo y que si no dimitía ellos ejercerían las funciones episcopales de hecho. Yo he cedido porque nada me importa que haya o no haya obispos, puesto que los interesados no lo quieren. Por todas estas cosas y otras muchas, yo creo que debo permanecer en el sur, y que usted debe hacer los preliminares de paz, reunir el congreso y mantener si es posible a Venezuela tranquilo. Todo esto lo puede usted hacer como yo, y yo dudo que el general Sucre pueda hacer lo que yo aquí en el sur. Aquí todo está nuevo, flamante: no nos conocen sino de reputación; y si hemos de hablar la verdad, es una conquista liberal la que acabamos de hacer de este país; y en cuatro días no se pueden conquistar los corazones de los hombres, que es el solo fundamento sólido del poder. En cuanto yo me vaya a Bogotá cargarán al galope todas las pretensiones de estos señores guayaquileños, peruanos y quiteños sobre el pobre general Sucre, al que todos le conceden eminentes cualidades, menos la energía. Aseguro a usted con franqueza que a pesar de la aparente tran­quilidad en que nos hallamos en el sur, yo comparo este país al Chimborazo que exteriormente está muy frío, mientras que su base está ardiendo. Necesitamos, ciertamente, de toda la autoridad que yo tengo para arreglar nuestro sistema en este país. Crea usted que había muchos inconvenientes que vencer y que sólo el prestigio de la victoria, de la fuerza y de las circunstancias momentáneas hubiera dado la facilidad que hemos tenido para superarlos; mas no basta vencer, es preciso conservar. Usted me dirá que en el mismo caso estamos en Venezuela, y mi respuesta es que los males de Venezuela necesitan de cáusticos fuertes porque están muy próximos a la gangrena, y que allí más se necesita de instrumentos cortantes que de medidas políticas; en fin, diré que los males del sur son muy curables, y que los del norte son en cierto modo desesperados; y que si algún remedio pueden admitir, debemos sacarlo de esta fuente y de Cundinamarca, Boyacá, etc. En el centro del gobierno no se necesita de mí porque usted y los ministros lo hacen mejor que yo; en los departamentos será útil mi presencia; ahora soy útil aquí, y después quizá lo seré en Vene­zuela. A pesar de mi repugnancia por el mando, mi patriotismo es más fuerte que mi repugnancia, y me hace hacer siempre lo que es más difícil y penoso, pero siempre calculando también lo que después debe ser menos difícil para no tener al fin las más desagradables dificultades.

El batallón Albión (que nunca ha dejado de ser inglés) quiere irse y que lo ajusten; usted puede, por medios indirectos, que le compren su acción contra el gobierno para que salga más barato que el gasto de este batallón. Yo lo mandaba al Perú y me dijeron que no querían ir, pero confidencialmente; aquí no conviene porque este es un país poco seguro, y su guarnición debe ser muy adicta a nosotros. Además, la deuda de este batallón irá siempre aumentándose y será siempre preciso pagarla. Por otra parte, si hubiere necesidad de estos hombres, por allá podremos servirnos aún de ellos, porque, a la verdad, no van disgustados de nuestro servicio; y no quieren más que dinero.

Aquí dejaré el batallón Vargas, que reunido a los restos de Albión, tendrá 400 plazas y, además, los Húsares de la Guardia y los Dragones del sur, con una brigada de artillería de 100 hombres, poco más o menos. Todo compondrá 700 hombres. Morales mandará esta guarnición, y el general Salom quedará de intendente de la provincia, aunque contra toda su voluntad. Aquí quieren un departamento aunque sea dividiendo la provincia. Cuenca quiere ser de Quito más bien que de Guayaquil; también desean aquí una junta de comercio y agricultura que permitiré; un tribunal de justicia, aunque sea una de las dos salas que tiene Quito, para que una sirva de apelación a la otra; esto es inconstitucional, pero veré si puedo complacer a estos señores; pretenden, igualmente, se pague la deuda de la provincia antes que la deuda nacional. También concederé esta gracia, pues muchos se interesan por ella. La división de la provincia es un absurdo costoso que consentiré en ella, pero de un modo que sea inefectivo. Las demás cosas que piden estos señores son de más o menos importancia, que el congreso sabrá resolver definitivamente. Usted verá las demandas que han hecho, y después mandaré las que haga la junta de comercio.

Yo le dije al general San Martín que debíamos hacer la paz a toda costa con tal que consiguiésemos la independencia, la integridad del territorio y evacuación de las tropas españolas de cualquier punto de nuestro territorio; que las demás condiciones se podían reformar después con el tiempo o con las circunstancias. El convino en ello y lo aviso para la inteligencia de usted. La noticia sobre los quiteños y esta otra no las comprendía mi memoria porque me parecieron muy graves para que pasasen por las manos de los dependientes y secretarios, bien que el mismo sentimiento tengo con respecto a otras especies de nuestra conversación que el señor Pérez ha confiado a esos muchachos de la secretaría.

A fines de este mes pienso pasar a Cuenca y Loja, volviendo aquí por Tumbes para examinar nuestra frontera. El batallón Bogotá queda de guarnición en aquellas provincias. Los Rifles y 300 caballos están en Quito con el general Barreto. El general Mires está aquí enfermo, y el general Torres desea ser empleado en el sur luego que esté bueno.

Tenga usted entendido que el corregimiento de Jaén lo han ocupado los del Perú, y que Mainas pertenece al Perú por una real orden muy moderna; que también está ocupada por fuerzas del Perú. Siempre tendremos que dejar a Jaén por Mainas y adelantar, si es posible, nuestros límites de la costa, más allá de Tumbes. Yo me informaré de todo en el viaje que voy a hacer y daré parte al gobierno de mi opinión. Yo no sé si he dicho a usted todo lo que deseo que usted sepa, porque cuando empiezo a conversar con usted no quisiera acabar, aunque se me acabe la conversación.

Adiós, mi querido general; soy de usted su afectísimo amigo de corazón,

BOLÍVAR.

Memorias a los señores ministros, mis queridos amigos, y al general Urdaneta que me ha olvidado, que no sé cómo está, aunque me interesa mucho su salud.

* De un impreso moderno. "Correspondencia dirigida al general Santander", volumen II. págs. 311-315.

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