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DOCUMENTO 6842 CARTA DE BOLÍVAR PARA SANTANDER, FECHADA EN GUAYAQUIL EL 22 DE JULIO DE 1822, EN LA CUAL LE DA CUEN­TA DE LOS SUCESOS DE GUAYAQUIL. SE REFIERE ASIMISMO A LA FORMA COMO VAN MARCHANDO LAS COSAS EN EL PERÚ, A LA FEDERACIÓN QUE PROYECTA Y A ALGUNOS OTROS POR­MENORES MAS.*

(Contestada el 6 de septiembre).

Guayaquil, julio 22 de 1822.

Mi querido general:

Aprovecho esta ocasión con Córdoba para hablarle de algunas cosas importantes.

En primer lugar diré a usted que la junta de este gobierno por su parte, y el pueblo por la suya, me comprometieron hasta el punto de no tener otro partido que tomar que el que se adoptó el día 13. No fue absolutamente violento y no se empleó la fuerza, mas se dirá que fue al respeto de la fuerza que cedieron estos señores. Yo espero que la junta electoral que se va a reunir el 28 de este mes, nos sacará de la ambigüedad en que nos hallamos. Sin duda debe ser favorable la decisión de la junta, y si no lo fuere, no sé aún qué haré aunque mi determinación está bien tomada de no dejar descubierta nuestra frontera por el sur y de no permitir que la guerra civil se introduzca por las divisiones provinciales. En fin, usted sabe que con modo todo se hace.

Las cosas del Perú las estoy manejando con generosidad porque la mejor política es la rectitud; irán hasta 1.500 hombres de refuerzos, y son los mismos que ellos nos han mandado en esta calidad. Ya se embarcó el batallón de Yaguachi, seguirá el de Pichin­cha, compuesto del Magdalena y Paya, y he dado además el batallón de Cuenca por las bajas sufridas en la división del Perú, de Quito aquí, a fin de que no se quejen nunca de que no se ha llenado admirablemente la contrata que hizo el general Sucre con el general Santa Cruz a su venida. Esta división pasó ayer por aquí y fue a embarcarse a los buques de guerra del Perú que trajo el almiran­te Blanco Cicerón. Este sujeto es excelente y muy amable, lo mismo me parece el general Salazar. El general Lámar es de un carácter muy noble y también se va porque él es gran mariscal del Perú, aunque es colombiano de corazón y por nacimiento. Creo que estos señores jefes del Perú darán informes favorables de nosotros, porque la armonía y la buena fe, y aun la amistad que hemos tenido, nos ofrecen esta ventaja. Cuando venga el tratado que debe haberse firmado en Lima, entre Colombia y el Perú, pienso dirigir una misión para transigir los negocios de límites, que en realidad pre­sentan bastantes dificultades. Mientras tanto tenemos que mane­jarnos con delicadeza con respecto a Jaén y a Mainas. No digo nada con respecto a Guayaquil porque este negocio se presenta bajo di­ferentes aspectos. Creo que el negocio de límites debemos termi­narlo a la vez con el de España, quiero decir que sería útil que nos pusiéramos de acuerdo para tratar sobre el negocio de la Es­paña con los del Perú y Chile, y que no hiciéramos la paz separadamente sino de mancomún para que nuestros hermanos del sur nos agradeciesen este rasgo de generosidad hallándonos en una si­tuación más ventajosa que ellos. En una palabra, yo deseo mucho que empecemos de hecho la federación que hemos propuesto. 1º Porque la hemos propuesto. 2º Porque es gloriosa. 3° Porque es útil que la Europa nos vea unidos de corazón y de intereses; y últimamente porque nuestros hermanos del sur tengan motivos de amarnos y no nos inquieten por esta parte por celos y rivalidades.

En fin, yo pienso que debemos colocar nuestra base de operaciones políticas y militares sobre el sur para que estemos libres de obrar por el norte con recursos y sin temores. Esta máxima me pa­rece de inmensa ventaja, y yo querría que usted y los ministros la examinasen bien y descubriésemos su error o su utilidad; así ningún sacrificio será nunca bastante grande en obsequio de nuestros hermanos del sur sean colombianos o americanos. Usted sabe que en el norte están todos los peligros; tenemos a Méjico; tenemos a la Europa, a los africanos, y se podría añadir también a nuestros paisanos. Nosotros, por decirlo así, estamos a la vanguardia contra todos estos enemigos, y si la retaguardia no queda cubierta por el amor de los pueblos, adiós de Colombia.

Me parece que los enviados que vienen de España, deben tratarse con la mayor nobleza, y decirles que nuestra voz es la de la América Meridional, y reducir nuestra política a estos dos puntos: integridad absoluta en el territorio e independencia y ventajas recíprocas de cualquier naturaleza que sean aunque no parezcan ventajosas a la América, porque el tiempo debe corregir los tratados que hagamos, y los corregirá sin duda muy pronto porque es del interés de todas las naciones. Los españoles mismos serán unos necios si pretendiesen exorbitancias, y nos dejarían el derecho abierto para reclamar contra ellos. Así nada importa lo que pidan y aun se podría añadir, lo que se conceda. Si ellos quieren paz sólida y permanente, deben contentarse con una ventaja igual a las otras naciones.

Yo no iré a esa capital en todo este año porque creo mi permanencia necesaria en el sur contra los españoles del Perú, contra los intrigantes de Guayaquil, y contra las pretensiones de límites; y también para hacer amar a Colombia, si es posible, por aquellos que no la aman y para impedir que la aborrezcan sus partidarios. Usted debe hacer la paz para que dividamos las glorias entre am­bos, tocándole a usted la oliva y a mí el laurel.

Este país es bueno y agradable, y una gran parte de sus habitantes es colombiana; el resto es apático o enemigo. Es bien caro y no alcanza el sueldo entero para mantener la tropa, y aunque las rentas se están aumentando considerablemente, hay mucho que pagar a personas que no dan plazo. Dos mil hombres de la guar­dia quedarán de guarnición en todo el sur, pero mucho jefe y oficial suelto tendremos que mantener.

Adiós, mi querido general, muchas cosas a Briceño y a los demás secretarios, mis amigos.

De usted de corazón.

BOLÍVAR

* De un impreso moderno. "Correspondencia dirigida al General Santander", volumen II, págs. 307-309.

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