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DOCUMENTO 113. DISCURSO DEL LIBERTADOR EN TENERIFE DEL MAGDALENA EL 24 DE DICIEMBRE DE 1812.*

Ciudadanos, magistrados y pastores:

Yo he venido a traeros la paz y la libertad que son los presentes que hace el Gobierno justo y liberal del Estado de Cartagena a los pueblos que tienen la dicha de someterse al suave imperio de sus leyes; yo que soy el instrumento de que se ha valido para colmarlos de beneficencia, me congratulo también de ser el intérprete del espí­ritu de su constitución, y el órgano de las intenciones de sus jefes.

La discordia civil ha tenido privada a esta villa de la luz que brilla sobre todo el horizonte de los estados de la Nueva Granada, porque vuestra ciega credulidad, y vuestra timidez, ha dado asenso a las imposturas de vuestros opresores, y los habéis auxiliado contra vuestros hermanos y vecinos.

La guerra que habéis sostenido contra ellos, además de haberos cubierto de una ignominia eterna, os ha hecho probar todas las aflicciones que son capaces de inventar los tiranos para asolar, y anonadar si es posible, a los que tienen la estolidez de presentarles la cerviz a su yugo opresor; vuestra experiencia os ha manifestado cuan duro y feroz es el dominio de la España en estas regiones. Habéis visto incendiar vuestras habitaciones, encadenar a vuestros conciudadanos, pillar vuestras casas, y hasta violar vuestras mujeres; echad los ojos sobre vuestros campos, y los hallaréis incultos; observad vuestras poblaciones, desiertas; mirad el manantial de vuestra prosperidad, ese caudaloso Magdalena, que solitario y triste huye, por decirlo así, de unas riberas que devora la guerra; todo, todo, os está diciendo: donde reina el imperio español reina con él la desolación y la muerte.

Habitantes de Tenerife: yo no puedo engañaros, pues os hablo de las calamidades que padecéis y os han reducido a ser la burla de un puñado de bandidos, que después de haberos aniquilado con su protección, después de haberos atraído el odio de vuestros herma­nos de Cartagena y puesto en el borde del precipicio, os han aban­donado en el peligro al arbitrio de un conquistador, y han huido como unos malhechores que temen la espada de la justicia. Estas son las recompensas de vuestros sacrificios, y éste el galardón que habéis obtenido por premio de vuestra sumisión y fidelidad al nominado rey Fernando VII.

¡Qué diferencia entre el imperio de la libertad y el de la tiranía! La estáis tocando por vosotros mismos. Los españoles vinieron a auxiliaros, y os han destruido, porque ellos son los cómitres de sus visires; nosotros hemos venido a subyugaros como enemigos, y os hemos perdonado las ofensas que nos habéis hecho; os hemos constituido en el augusto carácter de ciudadanos libres del Estado de Cartagena, igualándoos a vuestros redentores. Os hemos puesto al abrigo de las violencias de una legislación corrompida y arbitraria; se os abre una vasta carrera de gloria y de fortuna, al declararos miembros de una sociedad que tiene por basas constitutivas una absoluta igualdad de derechos y una regla de justicia, que no se inclina jamás hacia el nacimiento o fortuna, sino siempre en favor de la virtud y el mérito. Ya sois en fin hombres libres independien­tes de toda autoridad, que no sea la constituida por nuestros sufra­gios, y únicamente sujetos a vuestra propia voluntad y al voto de vuestra conciencia legalmente pronunciado, según lo prescribe la sabia constitución que vais a reconocer y a jurar. Constitución que asegura la libertad civil de los derechos del ciudadano en su propie­dad, vida y honor; y que además de conservar ilesos estos sagrados derechos, pone al ciudadano en aptitud de desplegar sus talentos e industria, con todas las ventajas que se pueden obtener en una socie­dad civil, la más perfecta a que el hombre puede aspirar sobre la tierra.

Tal es, ciudadanos, la naturaleza del Gobierno de Cartagena que se ha dignado de tomaros en su seno como sus hijos.

El supremo magistrado del Estado, de quien todo depende en el poder ejecutivo, se halla dotado de cuantas cualidades morales e intelectuales se requieren en un Jefe, que atiende al fomento de los ramos de industria nacional, en comercio, agricultura, alta policía, la ejecución exacta de las leyes, la dirección de la guerra y el departamento de los negocios diplomáticos.

El Senado, compuesto de hombres prudentes y sabios, vigila ince­santemente sobre la conducta de los magistrados y jueces para que no se infrinjan las constituciones y leyes en perjuicio del inocente y del benemérito, y en favor de los culpables y de los ineptos.

El cuerpo legislativo, que representa la soberanía del pueblo, defiende sus derechos con rectitud y ciencia. Forma las leyes, que promueven y sostienen la felicidad pública, y revoca, suspende, o varía las que son contrarias al bien general. Los legisladores son los padres del pueblo, pues que de ellos nace su prosperidad y gloria, estableciendo los fundamentos sobre que se elevan las naciones a su mayor grandeza.

Hay un poder judicial que distribuye imparcialmente la justicia, sin adherirse ni al poderoso, ni al intrigante; la más estricta equidad reina en sus juicios y nadie se ve privado de sus derechos naturales y legítimos por sentencias arbitrarias, o por una viciosa interpreta­ción de los códigos. Ningún culpado se exime de la pena, como a ningún justo se condena. Por manera que todo hombre debe contar, bajo los auspicios de nuestros magistrados, legisladores y jueces, con los bienes que el Cielo o su industria le haya dado; con el honor que sus virtudes le hayan adquirido; y con la vida, que, después de la libertad, es el don más precioso que el Ente Supremo nos ha hecho.

Comparad, ciudadanos, la lisonjera perspectiva que se os presenta en el sistema adoptado por Cartagena, con el horroroso cuadro de crímenes e infortunios que habéis tenido a la vista hasta el presente, bajo el poder absoluto de los monstruos que os han mandado de España sus feroces mandatarios. Comparad, digo, ambos gobiernos; y decid, según la expresión de vuestra conciencia, ¿cuál de los dos es el justo? ¿Cuál de los dos es el liberal? Y ¿cuál de los dos mere­cerá las bendiciones del Creador?

Vuestra elección no es dudosa, y ciertamente vuestro corazón mismo abrazará con ardor y placer el Gobierno independiente de Cartagena.

En consecuencia de esta exposición, os pregunto ¿si reconocéis y juráis fidelidad y obediencia al soberano Gobierno del Estado de Cartagena con todas las formalidades del caso?

[Simón Bolívar]

* De un impreso. La Gaceta de Caracas N° 65, del lunes 9 de mayo de 1814 publicó el texto de este discurso, cuyo original no ha podido examinar la Comisión Editora. En la Colección de Documentos de Yanes-Mendoza, correspondencia personal Caracas 1826. pp. LXVI-LXIX, se publica asimismo el texto, con el título de "Acta de la Villa de Tenerife, celebrada en 24 de diciembre de 1812, con motivo de haber tomado esta plaza el Coronel de Ejército, Comandante en Jefe de las Fuerzas de Magdalena. C. Simón Bolívar con el discurso que él mismo hizo a los ciudadanos y empleados en aquélla". La fuente de ambos textos debe de haber sido la misma, por cuanto que en los dos impresos constan unas líneas de introducción y unas líneas finales, que reproducimos para ilustrar el texto.

Dice al principio: "En esta Villa de Tenerife en veinte y cuatro de diciembre de mil ochocientos doce años, segundo de la Independencia; habiéndose reunido de orden del Sr. Comandante en Jefe de las armas de ella, Ciudadano Simón Bolívar, Coronel de Ejército, la mejor y más sana parte del pueblo, con sus dos Cabildos, y Subalternos que de los sitios de su jurisdicción también concurrieron; después de haberles hecho el discurso que se acompaña".

En la parte final consta: "A que respondieron todos unánimemente que sí juraban conforme al uso de derecho por Dios Nuestro Señor y una señal de Cruz; y según su fuero los Eclesiásticos y en su virtud para la mayor constancia lo firmaron los que saben, y por los que no saben lo hace también el Procurador Síndico General."

Además, la Gaceta de Caracas hace preceder la reproducción del docu­mento de un comentario de redacción, cuyo conocimiento juzgamos tam­bién de interés: "Al abrir la campaña del Magdalena, el General Liber­tador tomó la Plaza de Tenerife. Entonces fue que hizo a aquellos habi­tantes el discurso que presentamos al público, como un monumento que hará conocer las ideas que le animaban al emprender la carrera de su gloria. Es tan interesante todo cuanto manifiesta el origen de nuestra actual felicidad que nos lisonjeamos verá el público con el más vivo interés un documento, que al paso que hace ver al político y guerrero, también presenta uno de los primeros acontecimientos que influyeron poderosa­mente en la libertad del territorio de Venezuela".

La población de Tenerife, en la cual pronunció Bolívar este discurso, se halla en la ribera derecha del río Magdalena (en el Departamento de ese mismo nombre en la actual Colombia) a unos 75 Kms. a vuelo de pájaro al este de Cartagena y a 160 al suroeste de Santa Marta.

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