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DOCUMENTO 109. MANIFIESTO DE BOLÍVAR DADO EN CARTAGENA EL 2 DE NOVIEMBRE DE 1812 SOBRE LA CONDUCTA DEL GOBIER­NO DE MONTEVERDE DESPUÉS DE LA CAPITULACIÓN DE SAN MATEO.*

A los Americanos:

Estos documentos os presentan, ¡oh americanos!, el tratado solemne que tan repetidas veces protestó Monteverde [1] cumplir con religiosa exactitud: tratado que jamás solicitaron los defensores de la patria, pues en número de siete mil hombres suspiraban sólo por atacar al enemigo, desde el cuartel de La Victoria [2]; en cuya plaza acababan de derrotarle, después de tres triunfos anteriores en Guaica [3]; y que tuvieron sin embargo, que rendir desesperadamente sus armas, sa­crificándose a la disposición de su general Miranda [4] quien obrando por una vergonzosa cobardía, más bien que por la escasez que pa­decía la ciudad de Caracas, estando interceptadas las provisiones que debía extraer de lo interior de la provincia, propuso la capitulación.

Al verla concluida en los términos que ella contiene, ¿quién no hubiera esperado la paz, el bien de aquellos habitantes; en fin, el olvido de todo lo pasado, tantas veces prometido? Pero, ¡oh per­fidia!, apenas se ve Monteverde posesionado de las plazas de Ca­racas y La Guaira, cuando varía absolutamente la escena. Comienza la violencia del nuevo Gobierno: multitud de ciudadanos respeta­bles son conducidos vilipendiosamente ante el tirano: se les pone en cepos, se les traslada luego encadenados a las estrechas bóvedas de La Guaira y de Puerto Cabello; se renuevan los horrores que en este propio país ejecutaron sus feroces y ávidos conquistadores. Se dan órdenes para traer de toda la provincia cuantas personas ricas o de alguna distinción se encontrasen, no sólo de la clase de blancos, sino aun de la de pardos: se les persigue con numerosas patrullas, y se les aprehende con el más enconado furor. Cerca de cuatrocien­tos presos gimen en las bóvedas y pontones: doblados grillos oprimen a los más de ellos: ni la tierna infancia, ni la vejez de algunos, ni la constitución naturalmente débil de otros, ni las enfermedades que han contraído todos en aquellos angustiados e infectos calabozos, han podido alcanzar ningún alivio. En La Guaira han perecido ya el doctor Lorenzo Méndez, el cirujano José María Gallegos, el capitán de ingenieros José Benis; y posteriormente se ha sabido que también han muerto el profesor de medicina doctor José Luis Cabrera, el doctor Juan Germán Ros-cio, Guillermo Pelgrón; y quedan para expirar el canónigo Madariaga y otros muchos. En Puerto Cabello ha fallecido el canó­nigo doctor Mendoza, y se hallan en la misma extremidad el doctor Francisco Espejo y el marqués de Boconó, que ha sido conducido gravemente enfermo en una hamaca, desde Barinas [5]. Los bienes de todas estas víctimas, y aun los de otros ciudadanos que no están presos, ni fueron comprendidos en el territorio ocupado antes de la capitulación, han sido confiscados; y se van distribuyendo entre los auxiliares de Monteverde. La consterna­ción es general y las gentes desoladas, errando por los campos, en la miseria, apenas pueden sobrellevar una cansada vida.

He aquí, ¡oh americanos!, los hechos más auténticos, más evi­dentes de nuestra buena fe, en dar asenso a las promesas falaces de nuestros contrarios; y al mismo tiempo la prueba más irre­fragable de la monstruosa conducta que usan con nosotros.

Ved cuál es el carácter de vuestros enemigos. Lo que podéis esperar de su amistad, cuando a la faz del mundo y bajo la fe de los tratados, violan abiertamente no sólo las estipulaciones que ellos mismos hacen, sino el sagrado derecho de gentes.

Sus depredaciones en la patriótica y desdichada ciudad de Ca­racas, os patentizan el descarado vilipendio con que tratan a los hijos de Colombia [6]; y el escarnio que recae sobre nosotros al su­cumbir bajo sus manos sanguinarias. El menosprecio, el tormento y la muerte son los dones que nos presentan, al someternos a su dominio. Miran a sus hermanos como viles esclavos; y como vícti­mas a sus vencidos. ¿Qué esperanzas nos restan de salud? La gue­rra, la guerra sola puede salvarnos por la senda del honor.

No haya otro objeto que el exterminio de los tiranos, que se­dientos de sangre y de oro, invaden nuestras pacíficas y felices re­giones, talándolas, incendiándolas, pillando al paisano indefenso, asesinando al defensor de la patria y usurpando todos los derechos de la naturaleza y de los hombres. Estos caníbales que vienen hu­yendo del yugo de sus conquistadores, pretenden ponernos las mis­mas cadenas que ellos arrastran en su país, con el temor de unos tránsfugas, la rabia de unos perros, y la avaricia desenfrenada de su abominable nación. Vencidos, escarnecidos en Europa por sus vecinos, vienen a saciar su venganza contra los inocentes habitantes de este hemisferio, que no tienen otro delito que el de conducirse por los principios de la humanidad, siguiendo la vía de la justicia, en la recuperación de su libertad e independencia.

Pues no, americanos, no seamos más tiempo el ludibrio de esos miserables, que sólo son superiores a nosotros en maldad, en tanto que no nos exceden en valor; pues nuestra indulgencia es sola la que hace toda su fuerza. Si ellos nos parecen grandes, es porque estamos prosternados.

Cerremos para siempre la puerta a la conciliación y a la armo­nía: que ya no se oiga otra voz que la de la indignación. Vengue­mos tres siglos de ignominia, que nuestra criminal bondad ha pro­longado; y sobre todo, venguemos condignamente los asesinatos, ro­bos y violencias que los vándalos de España están cometiendo en la desastrada e ilustre Caracas.

¿Pero podrá existir un americano, que merezca este glorioso nom­bre, que no prorrumpa en un grito de muerte contra todo español, al contemplar el sacrificio de tantas víctimas inmoladas en toda la extensión de Venezuela? No, no, no.

Cartagena, 2 de noviembre de 1812. Segundo de la Indepen­dencia.

SIMÓN BOLÍVAR.

* De un impreso. En la Colección de Documentos relativos a la vida pública del libertador editada por Cristóbal Mendoza y Francisco Javier Yanes, correspondencia personal, Caracas 1826, pp. LII-LIV del Prefacio, se reproduce el texto completo del folleto Las capitulaciones del General Miranda con Monteverde, Comandante de las tropas españolas en Venezuela; diferentes proclamas del último publicadas por el Coronel de Ejército Simón Bolívar, el Dr. Vicente Tejera, Ministro de la Alta Corte de Justicia, y Miguel Carabaño, Comandante de Infantería. Impreso en Cartagena de Indias, en la Imprenta del Gobierno, por el C. Manuel González y Pujol, año de 1812. En dicho folleto figuraba, como presentación, el Manifiesto de Bolívar "A los Americanos". Como la Comisión Editora no ha tenido a la vista el folleto original, se reproduce el texto dado por Yanes y Mendoza.

Notas

[1] El jefe realista Domingo de Monteverde. Véase nota 12 del doc. N° 97.

[2] Población de los Valles de Aragua, entre Maracay y Caracas.

[3] Vecindario del Municipio Güigüe, cerca de Valencia, en el actual Estado Carabobo.

[4] Francisco de Miranda, Generalísimo de los Ejércitos de Venezuela. Véase la nota principal del doc. N° 62.

[5] Las noticias de estas muertes, que entonces circularon en Carta­gena, no eran ciertas en todos los casos.

[6] Como sinónimo, aquí, de América.

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