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DOCUMENTO 10010. CARTA DEL LIBERTADOR PARA EL GENERAL DE DIVISIÓN FRANCISCO DE PAULA SANTANDER, FECHADA EN LIMA EL 20 DE DI­CIEMBRE DE 1824. DICE QUE AÚN NO SABE LO QUE HARÁ EL EJÉRCITO UNIDO. DESEA QUE COLOMBIA INTIME A ESPAÑA AL RECONOCI­MIENTO DE LA INDEPENDENCIA DE ESTA REPÚBLICA, DE LO CON­TRARIO IRÍA A CUBA Y PUERTO RICO A DARLES LIBERTAD. LE REMITE COPIA DE LA CAPITULACIÓN DE AYACUCHO Y DEL PARTE DE SUCRE. RECOMIENDA A SUCRE PARA QUE COLOMBIA LE ASCIENDA AL GRA­DO INMEDIATAMENTE SUPERIOR. INFORMA QUE HA INICIADO CON­VERSACIONES CON EL GENERAL RAMÓN RODIL, DESTINADAS A LA ENTREGA DE LA PLAZA DEL CALLAO.*

Lima, 20 de diciembre de 1824.

A S.E. el General F. de P. Santander.

Mi querido general:

Desde que los negocios del Perú se empeoraron tan horriblemente, que sólo por un milagro podría yo salir bien de mi comisión, estuve de tan mal humor que confieso francamente que no podía escribir nada para Ud. que no participase de mi enfado. En fin, la victoria me ha vuelto a mi primer estado de alegría y a mis primeros sentimientos. Yo esperaba salir de esta horrible situa­ción para continuar nuestra correspondencia familiar que tanto nos ha servido en la carrera pública. Yo escribo a Ud. esta carta sin haber recibido aún los partes de Sucre; pero como los espero por momentos, los doy por recibidos. ¡Qué satisfacción tendrán en Colombia por la gloria de sus bravos hijos! Sucre ha ganado la más brillante victoria de la guerra americana. Yo lo considero digno de ella, así como al ejército lo considero digno de una gran recompensa.

No puedo hablar a Ud. fijamente de lo que hará el ejército de Sucre; porque no sé, en este instante, ni su estado ni su dirección. Yo deseo que mar­che inmediatamente al Cuzco y a Arequipa; pero el invierno debe molestarlo infinito en su marcha. Tampoco puedo afirmar en este momento lo que haré con la expedición que viene del Istmo. Si hemos de dar crédito a la completa y absoluta victoria, casi no es necesaria aquí esta expedición. Castillo le hablará a Ud. del estado de nuestra marina. Si no fuera por el comandante Luzarraga, y Castillo, yo no sé lo que hubiera sido de nosotros en el Sur, sin embargo, Bar­bará, aunque dicen que es muy inútil, puede ser que lo haga mejor, puesto que es constitucional y nombrado por el gobierno.

A propósito, yo estoy resuelto a dejar este gobierno y el de Colombia. Dentro de dos meses estará instalado el congreso del Perú y tomada la plaza del Callao. Entonces nada me detendrá aquí, y en Colombia sólo me detendrá un negocio particular; y es la adquisición de cien mil pesos para irme del país. Yo no he recibido nada de la ley de recompensa, yo vendería esta ley al go­bierno por cien mil pesos en Londres por lo pasado y lo futuro. Si Ud. hiciese este milagro, sería un gran santo. Voy a mandar con el parte de Sucre mi nueva renuncia y a pedir, como la recompensa de mis servicios en el Perú, la acepta­ción de esta renuncia. Ud. tiene bastante influencia en el senado y le ruego con encarecimiento que inste a esos señores para que no me obliguen por sus nega­tivas a desertarme. Esta súplica la hago por mi honor y por el bien de Colom­bia, pues que mi honor pertenece también a Colombia.

¡Por Dios! mi querido general, empéñese Ud. en este negocio, como si fuese propio. Todo el mundo sabe qué ya Colombia no necesita de mí. Ningún daño le haré en irme, y mejor es que vaya con permiso que sin él. Todo el mundo me está quemando con que soy ambicioso; que me quiero coronar; lo dicen los franceses; lo dicen en Chile, en Buenos Aires; lo dicen aquí sin men­cionar el anónimo de Caracas. Con irme respondo a todo. No quiero más glo­rias; no quiero más poder; no quiero más fortuna, y sí quiero mucho, mucho mi reposo. No se me podrá tachar de egoísta, pues bastante he servido durante la revolución. Me queda un tercio de vida, y quiero vivir.

Como el congreso me ha quitado toda autoridad colombiana, creo que debería Ud. autorizar a Sucre y a Castillo para que le den dirección a las tropas de Colombia que están en el Perú.

Entienda Ud. que cuando me vaya a Guayaquil, no me meteré en nada; porque no quiero que me vuelvan a decir en el congreso que me he excedido de mis facultades, gracias al Dr. Azuero, antiguo enemigo mío, pero amigo de Vd.

Me parecía bien que el gobierno de Colombia, por los medios que juzgase a propósito, intimase a la España que si en tanto tiempo no reconocía la indepen­dencia de Colombia y hacía la paz, estas mismas tropas irían inmediatamente a La Habana y Puerto Rico. Más cuenta nos tiene la paz que libertar esas dos islas: J’ai ma politique á moi [1]. La Habana independiente nos daría mucho que hacer, la amenaza nos valdrá más que la insurrección, Yo tengo mi política. Este negocio bien conducido puede producir un grande efecto, Si los españoles se obstinaren, Sucre puede ir a una parte, y Páez a otra, porque ambos están animados del mis­mo deseo. Yo no sé como está eso de expedición española sobre la Costa Firme; si viniere, o fuere necesario, yo iría inmediatamente.

Somos 22:

En este momento incluyo a Ud. las capitulaciones y un parte de Sucre incluyéndomelas. La orden del día de hoy le dará a Ud. una idea del combate, porque con la muerte de Medina no hemos recibido el parte que lo detalla. To­do es más grande que la inmensidad. Parece indudable que ya no habrá más guerra en el Perú, a menos que sea con Olañeta, contra el cual tendremos que marchar probablemente, a menos que él se volviere patriota de repente.

Ya empieza a tener efecto la revocatoria de mis facultades. El general Sucre, para contentar al ejército que estaba desesperado, se ha visto obligado a dar esos grados. No hablaré más sobre este negocio, porque no deja de tocar­me; pero algún día sabrá Ud. lo que ha habido en el tal ejército por esta causa.

La muerte de Medina ha perdido unos documentos muy interesantes que traía sobre este negocio, según me ha dicho Alarcón. Según me han dicho, desde el Orinoco al Cuzco, no están contentos los militares con algunas leyes y órdenes del Congreso. Sucre y Lara me piden su licencia para volverse a Colombia, y sólo Córdova no la ha pedido. Dios sabe lo que será del tal ejército. Yo procu­raré conservarlo mientras que esté en este país.

Recomiendo a Ud. al general Sucre para que le den el grado inmediato, a lo menos la batalla lo merece. Como jefe del Perú voy a dárselo, en calidad de general del Perú, y si, Uds. no quieren tener una guerra civil, bueno será que aprueben los ascensos que ha dado el general Sucre. A más, deben ascen­derse a los coroneles que recomienda. Yo, así lo haré como jefe del Perú, in­clusive el coronel Sandes, [2] cuyo cuerpo no entró en la batalla por haber sido despedazado unos días antes por todo el ejército español.

Mando a Santa María a llevar estos pliegos y un oficio al senado. Espe­ro que no me lo interceptare Ud. puesto que Santa María tiene orden de poner­lo en manos del presidente del senado, sin que le toque a Ud. ninguna incumbencia en este negocio.

Si Ud. me quiere hacer un gran servicio, se lo he indicado a Ud. arriba. Hablo a Ud. de los cien mil pesos en Londres por mis servicios pasados y futu­ros. Si Ud. solo no puede hacerla, vista ésta pretensión como guste, y pásela al poder legislativo, añadiéndole que yo ofrezco para el servicio de la república la más honrosa posesión que hay en Venezuela: las minas de Aroa, que son mías, y le costó a mis pasados en tiempo de la conquista cuarenta mil pesos. Con ellas se puede establecer en Puerto Cabello un arsenal, el mejor del mundo, pues que da cobre y maderas admirables.

Diré a Ud., de paso, que mi posición actual es tan rara que no tengo con que vivir, siendo a la vez presidente de Colombia y dictador del Perú. Por no ponerme a gajes de este país, no cobré el sueldo que me asignaron, y no te­niendo autoridad en Colombia, ya no puedo pedir sueldo allá. Así es que estoy pidiendo dinero prestado, y tendré que vivir de prestado hasta que vuelva a Guayaquil.

A propósito de trampas: incluyo a Ud. una carta de Londres de un fran­cés Velaly, agente del gobierno francés que está en grande intimidad, según parece, con el señor Hurtado. Por supuesto, supongo que no sabrá Hurtado que este agente es un falso patriota. Como iba de mi cuento, me aconseja que me haga proclamar soberano constitucional (este soberano no tiene un cuarto y vive de trampas). Si él fuera patriota no me aconsejaría tal cosa. Antes me es­cribió otra carta diciéndome que siguiera la conducta de Napoleón y que no esperase nada de la Inglaterra. El fin está claro: sembrar la desconfianza y au­mentar las divisiones.

Yo suplico a Ud. que presente esta carta original al senado, de mi parte, para que sepan esos señores las conexiones del señor Hurtado, las miras de la Santa Alianza y lo más que se deduce de esta presentación. No quiero que ma­ñana digan que yo tengo correspondencia secreta con los agentes de la tiranía. Yo quiero vivir libre y morir ciudadano. Yo no he conocido, ni tratado jamás al tal Velaly, ni quiero nada con él.

Se me olvidaba decir a Ud. que nuestro ejército ha marchado para el Cuzco y Arequipa habiendo repuesto sus pérdidas con los prisioneros. Los es­pañoles dicen que están contentos de haber sido derrotados para salir de algún modo con gloria de esta campaña: ¡triste consuelo!

Canterac me escribe: "como amante de la gloria, aunque vencido, no puedo menos de felicitar a V.E. por haber terminado la empresa en el Perú con la jornada de Ayacucho", y me saluda en nombre de los generales españo­les.

Debemos confesar que no hay enemigos tan civiles [3].

Todos, se quieren ir para Europa, y creo que le tienen miedo al navío Asia porque es servil. El Callao se rendirá, pero no tan pronto, porque el tal gobernador Rodil, es el demonio. Pienso emplear la seducción para que se cumpla la capitulación. Entonces la marina desaparecerá, de grado o por fuer­za, si no la hubiéramos destruido antes por algún combate.

He dado orden hoy mismo para que vengan solamente un batallón y dos escuadrones para que contribuyan a sitiar el Callao. También mando traer las armas y municiones que están escasas aquí, para armar algunos batallones que guarnezcan esta capital y el Callao, cuando se vayan nuestras tropas. Sucre di­ce que ha tomado muchos fusiles, pero todos malos y descompuestos.

Creo que las tropas del Magdalena y de Venezuela no deben volver allá, j’ai ma politique á mol, sino que deben quedarse en el Sur. Yo le diré otro tan­to a Castillo.

Se ha mandado esta mañana un parlamentario a la plaza del Callao para empezar las negociaciones sobre la entrega de dicha plaza; pero las avanzadas tenían órdenes de no recibir parlamentos ni pliegos. Yo pienso renovar la ne­gociación por medio del comandante de la escuadra inglesa estacionado aquí, que parece muy inclinado al buen éxito de nuestros negocios. De todos modos, yo creo que la plaza estará en nuestras manos poco antes o después de recibir Ud. esta carta.

El próximo correo seré más largo, si es posible, pues mucho me ocurre aún decir.

Adiós, mi querido general, soy de Ud. de todo corazón.

[BOLÍVAR]

* De un impreso moderno: Bolívar, Simón, Obras Completas, Tomo II, pp. 56-60. El compilador advierte haberla tomado del original, pero no reporta su ubicación.

Notas

[1] J’ai ma politique á moi: Yo tengo mi política.

[2] Coronel irlandés Arturo Sandes.

[3] Más tarde Canterac negó haber escrito esta carta al Libertador.

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