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DOCUMENTO 8638 CARTA DE BOLÍVAR AL GENERAL SANTANDER, FECHADA EN PATIVILCA EL 23 DE ENERO DE 1824, LE HABLA SOBRE LA DERROTA DE LA CAUSA LIBERAL EN ESPAÑA, LO QUE PROVOCARA TROPIEZOS PARA LA LIBERACIÓN DE AMERICA. PIDE REFUERZOS PARA CONTINUAR LA LUCHA. CONSIDERA QUE INGLATERRA DEBE INTERVENIR EN LA PAZ CON ESPAÑA. LE DICE QUE SE ACEPTE SU DIMISIÓN, PUES SE ENCUENTRA DESESPERADO Y DESENGAÑADO DE TODO.*

Pativilca, a 23 de enero de 1824.

Mi querido general:

El interés del drama político del mundo y en particular de la América, va creciendo a proporción que se aproxima el desenlace. Ayer nos ha llegado la inmensa noticia de la catástrofe de la causa liberal de España, con el triunfo súbito y completo de los serviles. Este suceso aumenta rápidamente la celeridad de las ruedas que conducen al carro de nuestra revolución, pero al mismo tiempo que la apresura le opone tropiezos y saltos que no dejarán de darnos sacudimientos terribles. Me contraeré: la reunión de Fernando a los serviles y a los aliados triunfantes de los constitucionales, parece que debe causar algún retroceso en los negocio de América; desde luego los españoles quedan libres de una parte de sus atenciones europeas. Por la otra, estos godos de América no dejarán de concebir esperanzas de la continuación de la guerra, y de auxilios españoles, como ya lo anuncian ahora mismo los extranjeros neutrales que han mandado las noticias del triunfo de los serviles y de Fernando. Los godos del Perú han profesado altamente la opinión hasta ahora de no reconocer la independencia de América ni aun cuando el gobierno español la reconociese, todo esto aun antes de sus victorias. Ellos sabrán, además, porque nosotros tendremos el cuidado de publicarlo, lo que el duque de Angulema ha dicho en su proclama con respecto a la sumisión de América; y ellos deducirán de esta profesión política de la Francia que la guerra contra nosotros debe continuar con más empeño. Por consiguiente, no debemos esperar más que sangre y fuego de los compañeros de Canterac, Laserna y Valdés; por consiguiente, no debemos esperar nuestra libertad sino de los doce mil colombianos que he pedido para que vengan al Perú, de los cuales tres mil deben venir a Pasto para poder destruir a esos numantinos tártaros que se están poniendo casi invencibles. El tiempo dará un testimonio.

Solamente la Inglaterra puede cambiar el curso de la política actual de los aliados: si ella quiere nos hará todo el bien posible; pero si hace con nosotros lo que con España, entonces dejará obrar a la suerte, y el curso de los sucesos no nos dará nada agradable. Yo creo que nosotros debemos hostigar a los ingleses para que intervengan en la paz con la España, o para que hagan lo que puedan en nuestro favor: al mismo tiempo debemos redoblar los esfuerzos militares para no sucumbir con estos malditos reconquistadores. Cada día esto se pone peor, cada día un nuevo demonio se presenta en campaña multiplicando nuestros obstáculos y mejorando la suerte de los enemigos. Jamás he tenido más mal humor desde que estoy haciendo la guerra. Montado sobre el más vasto teatro, me veo asido de un enemigo que cuenta tantas ventajas como objetos lo rodean. Por nuestra parte no hay instrumento que no sea de muerte para nosotros; lo peor es que el Perú se está extendiendo ya con todas sus ventajas físicas y morales hasta Popayán. Parece que todo este sur es hermano de padre y madre, y en esta familia entran de primogénitos los argentinos y chilenos. Todo hasta Guanacas se puede llamar el campo de Agramante. Popayán está en el orden, pero en el orden de la más completa miseria; así no debemos contarlo para nada.

El general Salom me ha escrito ayer las cosas más desagradables de Pasto y Quito; por lo mismo repito que venga un ejército de tres mil hombres a Pasto y otro de nueve mil al Istmo, donde no han llegado más que unos pocos reclutas que los ha tomado el general Salom para ir a Pasto.

Esperaré la respuesta de mi oficio y carta que llevó el coronel Ibarra, y según sea la respuesta y las ofertas, así será mi resolución.

Yo insto de nuevo por esta vía, porque se acepte mi dimisión, a fin de que no me obliguen a seguir a mi compañero Sanmartín, pues no será extraño que yo tomé tan bello modelo, cuando el gran Napoleón no encontró otro más hermoso que seguir que a Temístocles [1] pasándose a los persas, los más crueles enemigos de su patria. Con que así, usted haga sus esfuerzos para que me den mi licencia del servicio, pues yo me hallo desesperado por mil y una razones. Que otro sirva catorce años como yo, y sin duda bien merecerá su retiro y poner a cubierto, por consiguiente, el fruto de sus trabajos en su buena o mala reputación. Yo no me comprometo más. Los quiteños y los peruanos no quieren hacer nada por su país, y por lo mismo no iré yo a tiranizarlos para salvarlos. Tengo preparadas dos vías para hacer todavía mis esfuerzos en favor del Perú y del sur de Colombia. He plantado mis baterías, una al sur y otra al norte: en dos meses debemos tener el resultado de sus tiros y en dos meses sabré yo lo que he de hacer: esto téngalo usted por oráculo; nadie me detendrá en la resolución que abracé. Hasta ahora he combatido por la libertad: en adelante quiero combatir por mi gloria aunque sea a costa de todo el mundo. Mi gloria consiste ahora en no mandar más y no saber de nada más que de mí mismo: siempre he tenido esta resolución, pero de día en día se me aumenta en progresión geométrica. Mis años, mis males y el desengaño de todas mis ilusiones juveniles no me permiten concebir ni ejecutar otras resoluciones. El fastidio que tengo es tan mortal que no quiero ver a nadie, no quiero comer con nadie, la presencia de un hombre me mortifica; vivo en medio de unos árboles de este miserable lugar de las costas del Perú: en fin, me he vuelto un misántropo de la noche a la mañana. Mas entienda usted que no estoy triste y que no es un efecto ni de causa física ni de una gran molestia personal este hastío de los hombres y de la sociedad. Me viene todo de la reflexión más profunda y del convencimiento más absoluto que jamás he tenido. La edad de la ambición es la que yo tengo. Rousseau dice que a los cuarenta años la ambición conduce a los hombres; la mía al contrario, ha terminado ya. Usted que es joven, Sucre que es joven, deben seguir aún por diez años más la carrera que yo dejo. ¡Dichosos ustedes que están ahora en la edad de la esperanza! en tanto que yo nada espero y todo lo temo. A mí me han dado tales elogios y me han atribuido tales maldades que no quiero más ni de unos ni de otros; bastante son ambos para colmar la medida de cualquier mortal; por mi parte nunca pensé merecer tan grandes atributos de bien y de mal, porque sé muy bien que no soy digno de tales alabanzas ni de tales improperios; y puesto que yo he tenido más de lo que yo puedo esperar o temer, no quicio más; pues el desengaño y la realidad pueden quitarme en lugar de añadirme. Las cosas falsas son muy débiles.

Echando la vista por otra parte, observe usted esos trastornos de las cosas humanas: en todo tiempo las obras de los hombres han sido frágiles, mas en el día son como los embriones no natos que perecen antes de desenvolver sus facultades; por todas partes me asaltan los espantosos ruidos de las caídas: mi época es de catástrofes; todo nace y muere a mi vista como si fuese relámpago, todo no hace más que pasar. ¡Y necio de mí si me lisonjease quedar de pie firme en medio de tales convulsiones, en medio de tantas ruinas, en medio del trastorno moral del universo! No, amigo, no puede ser: ya que la muerte no me quiere tomar bajo de sus alas protectoras, yo debo apresurarme a ir a esconder mi cabeza entre las tinieblas del olvido y del silencio, antes que del granizo de rayos que el cielo está vibrando sobre la tierra me toque a mí uno de tantos, y me convierta en polvo, en ceniza, en nada. Sería demencia de mi parte mirar la tempestad y no guarecerme de ella. Bonaparte, Castelreaga, Ñapóles, [2] Piamonte, Portugal, España, Morillo, [3] Bellesteros, Iturbide, [4] Sanmartín, O’Higgins, [5] Riva Agüero y la Francia, en fin, todo cae derribado o por la infamia o por el infortunio ¿y yo de pie?, no puede ser, debo caer.

Adiós, mi querido general, reciba usted con idulgencia y paciencia mi íntima confesión y mande usted a su amante amigo que lo ama de corazón,

BOLÍVAR

1824.

Bolívar manifiesta las más liberales y patrióticas ideas. Política europea después de la caída de la constitución de España. (Nota de Santander).

* De un impreso moderno "Cartas a Santander". Vol. II, páginas 444-447.

Notas

[1] TEMISTOCLES: General y político ateniense, nacido en atenas (¿ 525-460 ? a. de J.C.). Después de la primera guerra médica, fue jefe del partido democrático de Atenas. Derrotó a los persas en el combate naval de Salamina (480). Desterrado de su patria en 471, se refugió en la corte del rey persa Artajerjes, donde se envenenó.*

[2] Napóles, ciudad de Italia (Campania), no lejos del Vesubio..

[3] Pablo Morillo, general español que se distinguió en su patria en las guerras contra Napoleón y más tarde fue enviado a América a combatir a los patriotas que luchaban contra España. Luchó valientemente pero dejó una triste fama por la dureza con que se entregó a la represión. Capituló ante Bolívar en 1820 en la población de Santa Ana de Trujillo

[4] Agustín Iturbide, militar y político mexicano. Al principio se opuso al movimiento emancipador, pero después se sumó a él. En un movimiento popular se le proclamó emperador, pero una revolución republicana lo obligó a abdicar y fue expulsado a Europa. Regresó a México en 1824 y al llegar fue detenido y se le fusiló en Padilla.

[5] Bernardo O’Higgins, general y político chileno, quien colaboró con San Martín en la independencia de su patria. Fue elegido Director Supremo a raíz de la batalla de Chacabuco. Proclamó la independencia de Chile y decretó la Constitución en 1822. Se hizo impopular debido a su gobierno autoritario y tuvo que renunciar. Se trasladó entonces al Perú donde murió.

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