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DOCUMENTO 7108. CARTA DE BOLÍVAR PARA SANTANDER, FECHADA EN IBARRA EL 23 DE DICIEMBRE DE 1822, EN LA CUAL SE REFIERE PRIMERAMENTE A LOS ACONTECIMIENTOS QUE DEBEN OCU­RRIR EN PASTO, A DONDE PIENSA IR EN PERSONA. NO ESTA SEGURO DE LO QUE HARÁ DESPUÉS DE LA OPERACIÓN PACÍ FICADORA DE PASTO. LA IGNORANCIA DE NOTICIAS CON RES­PECTO A MORALES (FCO. TOMAS) LO TIENE MOLESTO. CONTI­NUA HABLANDO DE PASTO, CUYO PROBLEMA HA RETARDADO LA REUNIÓN DEL CONGRESO. APRECIACIONES SOBRE EL ES­TADO DE ESTAS NACIONES, ESPECIALMENTE DE COLOMBIA, A PROPOSITO DE HABER LEÍDO UNA SENTENCIA DE ROU­SSEAU.*

Ibarra, 23 de diciembre de 1822.

Mi querido general:

Después que mandé al general Sucre el batallón de Bogotá, me vine a Otavalo y después pasé hasta aquí con el objeto de acercarme a Pasto y de dar más de cerca mis órdenes al general Sucre. En este día debe haber forzado a los pastusos con cerca de 2.000 hombres que tiene a sus órdenes, aunque una tercera parte de milicias. No dudo que el resultado sea favorable, a pesar de que las posiciones de Guáitara son terribles y muy capaces de rechazar a cualquiera. Yo no he ido en persona a dirigir aquellas operaciones militares, por no desairar al general Sucre, que no es digno de tal bochorno, y es muy propio para mandar tropas en campaña, porque tiene talento, juicio, actividad, celo y valor; y yo, a la verdad, no me creo con tantas cualidades.

Después de pascua pienso ir a Pasto a dar mis providencias de pacificación; esta parte me parece la más difícil, porque requiere un gran tino, que hasta ahora no he tenido con los pastusos, ni con los córlanos, ni con los de Ocaña. Voy a ensayar un nuevo método más suave que el de la Ciénaga con los Rifles, y que tuvo entonces tan buen efecto.

Después de esta operación pacificadora no sé aún lo que haré, porque del tumbo al tambo puede correr. Por una parte, no sé en qué estado están ustedes con respecto a Morales; pero nada, nada sé más que el suceso en la Goajira con el general Clemente, que usted me escribió en su carta inglesa. Esta ignorancia me tiene en ei estado de angustia que usted debe imaginar, sin saber cuándo saldré de mi ignorancia. En Pasto sabré probablemente algo que decida mi marcha al norte o al sur; allí me llegarán correos de Lima que me den las últimas noticias del estado beligerante de aquel país. Parece increíble lo que me inquieta el sur. Más temo a Canterac que a Morales, y a pesar de ser Venezuela, mi patria, el teatro de las calamidades, más temo las derrotas de los peruanos que las nuestras, porque estoy en la persuasión de que, vencedores los enemigos en una u otra parte, son más temibles por el sur que por el norte. Usted no puede imaginar las dificultades que presenta este país para hacer la guerra. Si es en el Perú, los desiertos y los medios de movilidad lo imposibilitan todo; y si es en Quito, tenemos a los pastusos y palíanos por nuestra espalda que lo embarazarán todo, y definitivamente nos cortarán la retirada con inmensos fosos y con murallas más eminentes y más gruesas que las de Babilonia, y quizá iguales a las que escalaron los Titanes. En fin, amigo, aún los peligros están lejos, mas yo los estoy previendo de continuo para evi­tarlos algún día. Estas circunstancias me tienen en una indecisión que pocas veces he sufrido. Sin embargo, tengo la esperanza que dentro del mes de febrero habré decidido lo que haya de hacer.

El congreso estará para reunirse para cuando llegue esta carta a manos de usted. El suceso de Pasto ha retardado la marcha de los diputados del sur, y dudo que vayan muchos por el Dagua, que ofrece dificultades peligrosas y espantosas para los habitantes de este país. Yo me he empeñado algo en que vayan por esa parte, pero no mucho, para no hacer aborrecible al congreso por su peligrosa entrada. Usted sabe las dificultades que había para ir a Cucuta, por consiguiente debe usted imaginar las que tendrán estos señores para atravesar el mar o países enemigos, calenturientos, le­janos y molestos. La representación general de Colombia, aunque es menor la extensión de este país que la de los Estados Unidos, presenta dificultades bien grandes, porque aquí los paisanos no tie­nen ningún amor nacional, son pobres, y más pobres de luces aún por lo que se creen inútiles en el congreso, y menos obligatoria su presencia en aquella asamblea. Dividamos la legislatura y dividimos los pueblos, y los intereses, y las armas, y sólo reunimos los ejércitos para pelear hermanos contra hermanos. Yo creo que la cuestión sobre las dificultades actuales debe presentarse en estos términos. Será más fácil remediar las dificultades que presenta un gran­de Estado para reunir su representación nacional, o será más fácil ocurrir a todas las necesidades de la guerra que necesariamente debe suscitarse en este mismo Estado?

Anoche leí en Rousseau, hablando de la pequeña república de Ginebra, que la mole de un grande Estado se conserva y marcha por sí mismo, y que la menor falta en uno pequeño lo arruina. Al instante eché la vista sobre la historia y encontré que los grandes imperios se han conservado indestructibles a pesar de ias muchas guerras y sacudimientos, y que las pequeñas naciones, como Caracas, han sido sumidas en la nada por un conquistador, un mal ciu­dadano o un terremoto. Yo creo que la primer cualidad de las cosas es la existencia y que las demás son secundarias. Existamos, pues, aunque sea con nuestros defectos y dificultades, porque al fin siem­pre es mejor ser que no ser. Cuando yo tiendo la vista sobre la América, la encuentro rodeada de la fuerza marítima de la Europa, quiero decir, circuida de fortalezas fluctuantes de extranjeros y por consecuencia de enemigos. Después hallo que está a la cabeza de su gran continente una poderosísima nación muy rica, muy belicosa y capaz de todo; enemiga de la Europa y en oposición con los fuertes ingleses que nos querrán dar la ley y que la darán irremisible­mente. Luego encuentro el vasto y poderoso imperio mejicano que con sus riquezas y la unidad de su sangre está en estado de echarse sobre Colombia con muchas ventajas. Echo la vista después sobre las dilatadas costas de Colombia, inquietadas por todos los marine­ros, por todos los europeos, cuyas colonias nos circundan, por los africanos de Haití, cuyo poder es más fuerte que el fuego primitivo. Enfrente tenemos las ricas y bellas islas españolas que nunca serán más que enemigas. A nuestra espalda la ambiciosa Portugal con su inmensa colonia del Brasil, y al sur el Perú con muchos millones de pesos, con su rivalidad con Colombia y con sus relaciones con Chile y Buenos Aires. En la primera discordia la marina del Perú, que debe ser su primera fuerza porque sus costas son dilatadísimas, tiene la ventaja mayor para abrazar todas nuestras riberas al mar. Colombia nunca podrá competir en marina con el Perú, en el Pa­cífico, porque sus primeras atenciones las tiene en el Atlántico, y el Perú no tiene más que una. Este cuadro, pues, no es infiel, y sin embargo véase qué medios de defensa tenemos contra tantos contrarios. Somos inferiores a nuestros hermanos del sur, a los mejicanos, a los americanos, a los ingleses, y por fin a todos los europeos que son nuestros vecinos en sus Antillas. Nosotros estamos en el centro del Universo y en contacto con todas las naciones ¿quién puede decir otro tanto? Tenemos dos millones y medio de habi­tantes derramados en un dilatado desierto. Una parte es salvaje, otra esclava; los más son enemigos entre sí y todos viciados por la su­perstición y el despotismo. ¡Hermoso contraste para oponerse a to­das las naciones de la tierra!

Esta es nuestra situación: esta es Colombia, y después la quieren dividir. ¡Ay, amigo! mucho me hace pensar la miserable hija de nuestros afanes; yo querría que algún buen hombre se tomara la pena de presentar este cuadro al público con todos sus colores.

En este instante acabo de recibir el correo del Perú. El general Castillo me hace una larga enumeración de los movimientos del enemigo en dirección a la Costa para poder atender a la División de Alvarado y a la de Lima. El insiste en la necesidad que tiene el Perú de nuevas fuerzas de Colombia, porque cree que la División de Alvarado será tarde o temprano destruida, y la de Lima no puede moverse a pesar de que le instan para ello. Castillo me dice que no debo separarme del sur por las razones y temores que tantas veces me ha repetido.

El general Lámar me escribe dos bellas cartas en que dice bellas frases, y no responde a mis ideas con respecto a la defensa de Lima. Yo le escribí largamente para que no comprometiese aquella División sin grande probabilidad; él responde que todo va muy bien; que el enemigo está desconcertado, y que mucho se ha hecho con no haberse perdido todo en el estado en que quedaron las cosas con la salida de San Martín. Castillo teme mucho, y a fe que tiene razón. Lámar manifesta confianza para ir de acuerdo con el gobierno del Perú que no ha querido el refuerzo de Colombia, porque no tiene medio de transportarlo ni de mantenerlo. Según la opinión de Cas­tillo, que afirma que si nosotros mandásemos las tropas, las recibi­rían, ahorrándoles el transporte a los del Perú que no tiene nada, nada, por hallarse destruido el país. La cuestión del Perú es, como decía Depradt hablando de los negros de Haití, tan intrincada y horrible que por dondequiera que se le considere no presenta más que horrores y desgracias y ninguna esperanza, sea en manos de los españoles o en manos de los peruanos.

De Alvarado no se sabe aún nada, y es probable que se vaya a las provincias de Buenos Aires. Chile ha mandado cuatrocientos reclutas de refuerzo a Lima. San Martín está tomando baños en Chile porque parece de muy mal humor, por lo pasado y por Jo presente. En Lima se habla ya poco contra nosotros, y me piden tres o cuatro mil fusiles con mucho empeño, como si los tuviéramos nosotros sobrantes, cuando no ha llegado ni uno del Istmo después de tanto pedirlos.

Soy de usted de corazón su afectísimo amigo.

BOLÍVAR

* De un impreso moderno. "Correspondencia dirigida al General Santander", volumen II, págs. 346-349.

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