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DOCUMENTO 5313 COMUNICACIÓN OFICIAL DE BOLÍVAR AL EXCMO. SEÑOR DIRECTOR SUPREMO DE LAS PROVINCIAS UNIDAS DEL RIO DE LA PLATA, FECHADA EN TUNJA EL 4 DE FEBRERO DE 1821, POR LA CUAL SE REFIERE A LA SITUACIÓN POLÍTICA DE ESPAÑA Y AMERICA, LE OFRECE AMISTAD Y UNION Y LE AFIR­MA QUE NO HABRÁ TRATADO CON ESPAÑA SI NO TIENE COMO BASE EL RECONOCIMIENTO DE LA INDEPENDENCIA DE TODOS LOS PAÍSES QUE LUCHAN POR ALCANZARLA.*

Tunja, 4 de febrero de 1821.

Excmo. señor Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata.

Excmo. Señor:

Deseoso de estrechar las relaciones que deben unirnos, no menos que de proceder acorde y uniformemente en las negociaciones de la paz y reconocimiento, a que nos ha abierto la puerta la insurrección de la España, me atrevo a continuar mis comunicaciones a V.E., instruyéndole de los pasos rápidos con que se acerca Colom­bia a aquel término.

En el año próximo anterior tuve la honra de participar a V.E. los primeros sucesos de la revolución de la Península, y la firme resolución de Colombia para no desistir de su noble empresa, ni entrar en transacción con la España, mientras no se admitiese, como base única, el reconocimiento de la independencia absoluta de las repúblicas de América. Transformado, con el gobierno de España, el espíritu fiero y altivo de los jefes españoles, las negociaciones siguieron a pesar de la dureza de mis negativas. En ellas tuve ocasión de observar que, variados los principios y fundamentos del gobierno español, habían también cambiado sus sentimientos con respecto a la América. No era ya la insurrección de ésta una insurrección criminal: es el grito de la naturaleza y de la razón emi­tido por pueblos, bastante robustos para hacerse oír y entender. Tan felices e inesperadas disposiciones de parte de los españoles, y las reiteradas protestas de sinceridad y buena fe con que anunciaron sus vivos deseos de alcanzar una reconciliación verdadera, sirvieron de base al tratado de armisticio que acepté en Trujillo el 27 de noviembre último, y al de regularización de la guerra que le siguió inmediatamente. V.E. los hallará ambos en el adjunto im­preso; y verá con admiración, depuesta no sólo la presuntuosa arro­gancia de superioridad y dominio, sino la bárbara sed de sangre y de venganza que había marcado hasta ahora la conducta de los españoles en América.

Regularizada la guerra bajo los principios más liberales y filantrópicos que jamás se hayan visto proclamar por ningún pueblo, y habiéndose tratado con una perfecta igualdad, podría decirse reconocida la soberanía e independencia de Colombia. A la verdad, todo parece que conspira a nuestro favor, y que será éste el tér­mino necesario de la misión, dirigida últimamente por mí cerca de S.M.C., en consecuencia de la que se me hizo de su parte. Las conferencias y comunicaciones privadas, entabladas en Londres en­tre el ministro plenipotenciario de la España y el de Colombia cerca de aquella corte, habían preparado ya el camino, que no harán sino seguir los nuevos enviados. La España se muestra decidida a contribuir, por su parte, a la grande obra de nuestra emancipación, y sólo opone como única dificultad la insubsistencia de los principios sobre que intentamos establecer nuestros gobiernos, y más que todo, la falta de unión y de firmeza en los ya constituidos, y las frecuentes variaciones y trastornos a que se hallan expuestos. La más pequeña discordia, la desavenencia más despreciable en nuestro interior, aparece allí, y a los ojos de toda la Europa, bajo la más negra forma. El fuego y el movimiento mismo de la libertad, visto de lejos, presentan el aspecto de sediciones y de guerra. La Europa atenta toda y absorta, por decirlo así, en ’a contemplación de nuestra conducta, observa y nos reprende los menores extravíos o faltas; nos quiere virtuosos y sabios como republicanos, y nos exige firmeza, estabilidad y subsistencia en nuestras instituciones; no dispensa los errores de la juventud, porque cree que un pueblo que aspira a ser libre, debe ser experto, fuerte e ilustrado sobre sus intereses. Nada influirá tanto en su concepto, como vernos proceder de acuerdo en la negociación de la paz, aprovechando la ocasión en que, ocupada la España en su propia restauración, no puede atender a la continua­ción de nuestra guerra, por los riesgos a que se expondría por su actual estado de debilidad, y porque sería contradecirse a sí misma.

Ligadas mutuamente entre sí todas las repúblicas que combaten contra la España, por el pacto implícito y virtual de la identidad de causa, principios e intereses, parece que nuestra conducta debe ser uniforme y una misma. Nada puede pretender una contra otra, que no sea igualmente perjudicial a ambas, y por sentido contrario, cuanto exija a favor de ésta, debe entenderse respecto de aquélla.

Fue, fundado y bien convencido de la justicia y necesidad de estos principios, que me atreví a protestar a V.E. en mi comunicación última del año próximo anterior, que Colombia reclamaría el reconocimiento de todos los pueblos sus hermanos, empeñados en la lucha por la libertad, y es con la misma convicción que me tomo la libertad de rogar a V.E. oiga mi voz, y crea llegada la hora de arrancar de la España el reconocimiento de nuestra inde­pendencia. Pedirlo e instar por él en el momento, es mandarlo; así como dejar escapar esta feliz oportunidad, es reanimar las espe­ranzas, y aumentar las pretensiones de la España.

Yo sé que V.E. y los ilustres jefes y agentes de su sabio gobierno, no han menester de advertencias. Las mías no son dirigidas a ilustrar a V.E. Mi objeto se limita a garantizar a V.E. sobre la conducta de Colombia en esta ocasión, presentándola a la consideración de V.E. y del heroico pueblo que dignamente rige, en testimonio de la pureza de los sentimientos de unión y amistad con que deseo ver estrechadas nuestras relaciones, no como entre dos pueblos distin­tos, sino como entre dos hermanos que mutuamente se sostienen, protegen y defienden. Ratificar mis anteriores protestas de estipu­lar y agenciar, no sólo el reconocimiento de Colombia, sino el de esa y las demás repúblicas de Sur América: ofrecer a V.E. la coope­ración más activa y los planes que V.E. y los representantes de ese pueblo mediten para obtener aquel resultado, bien sea por las negociaciones, bien por las reformas que se crean necesarias para afirmar y consolidar las nuevas instituciones de un modo que ase­gure la libertad del pueblo, y cubra al gobierno contra los choques y furores de aquél, son el solo objeto que me propongo.

Los puertos y los buques de Colombia recibirán y guardarán a los perturbadores del orden público que el gobierno de esa república quiera castigar con la deportación necesaria de muchos faná­ticos, que, halagados por el favor de los pueblos, se creen autoriza­dos para trastornar todos los principios, para atacar todos los derechos y destruir todo lo que no es lisonjero y conforme ambición y bienestar propio. Semejantes hombres, indignos de pertenecer a una sociedad, merecen ser expulsados de ella, si el gobierno quiere favorecer la libertad pública, que ellos minan bajo las apariencias de entronizarla y defenderla. Sólo la fuerza puede reprimir el ímpetu de las pasiones desencadenadas por efecto de la revolución y de la guerra, e irritadas por la oposición; y sólo me­didas fuertes y enérgicas pueden salvar a un país envuelto ya en los furores de las pasiones, y en los horrores del vicio. Alejar a los autores del desorden, y condenarlos a que en la escuela del sufrimiento adquieran la experiencia y el amor al bien que pier­den, es el medio más seguro de corregirlos, y contener a todos en su deber. Permítame V.E. estas reflexiones a que me han condu­cido mis ardientes votos por la tranquilidad y prosperidad de esa república, y por el establecimiento de su gobierno sobre las bases inalterables del orden, y bajo los auspicios de la verdadera libertad.

Por los comisionados del gobierno español que he recibido, sé que otra misión igual está destinada cerca de V.E. Sus principales fines, a mi entender, es observar nuestras formas de gobierno y nuestras disposiciones para tratar con la España. Si encuentran firmeza y estabilidad en aquéllas, y bastante virtud para correr un velo sobre lo pasado, y no considerar a la España como amiga, con el mismo horror que a la España como señora, es casi infalible que nos prestará su reconocimiento a costa de muy pequeñas compensaciones, insignificantes si entran en comparación con el ines­timable bien de la paz y de la consagración de la libertad e independencia de nuestras repúblicas. Dígnese V.E. aceptar los homenajes sinceros de mi más alta consideración y respeto.

De V.E. el más atento y obediente servidor.

BOLÍVAR

Por S.E. el Presidente,

PEDRO BRICEÑO MÉNDEZ

Secretario.

* Archivo del Libertador. O’L Vol. XVIII, primera parte, fº 53-55. Ver O’L. Memorias. Vol. XVIII, pp. 52-55, dice "Estados Unidos del Río de la Plata".

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