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DOCUMENTO 1200. DEL ORIGINAL. O.C.B. CARTA DEL LIBERTADOR SIMÓN BOLÍVAR AL GENERAL FRANCISCO DE PAULA SANTANDER, FECHADA EN IBARRA EL 8 DE OCTUBRE DE 1826, REFLEJANDO SU ESTADO DE ANIMO ANTE LOS DIFICILES PROBLEMAS QUE SE GENERAN EN LAS REPÚBLICAS LIBERTADAS POR ÉL.

Ibarra, 8 de Octubre de 1826.

Confidencial y reservada.

A S. E. EL GENERAL F. DE P. SANTANDER.

Mi Querido General:

He recibido diferentes cartas de Vd. en Quito y ahora voy a contestarlas muy ligeramente porque no tengo tiempo para más. Sus fechas son del 6 de julio al 6 de setiembre. Unas y otras son diferentes, digo diferentes en esperanzas y temores, en sentimientos, ideas y proyectos. Bien se conoce el caos en que navega Vd. Yo debiera estar lo mismo, porque no veo por todas partes sino disgusto y miseria. El Sur de Colombia me ha recibido con ostentación y con júbilo, pero sus arengas son llantos; sus palabras suspiros; todos se quejan de todo parece que es un coro de lamentación, como pudiera haberlo en el purgatorio. Me aseguran estos habitantes que la contribución directa los arruina, porque no es general sino parcial; y porque los indios ya no trabajan no teniendo contribución que pagar. Mientras tanto la tropa y los empleados están miserables y a la desesperación. No sé como no se han levantado todos estos pueblos y soldados al considerar que sus males no vienen de la guerra, sino de las leyes absurdas. El mal necesario consuela como el gratuito irrita. Todos piden una contribución general y personal para que el estado pueda marchar. También piden todos una nueva reforma de empleados inútiles y aun perjudiciales. ¿Creerá Vd. que los principales habitantes de Guayaquil, de Riobamba y de Ibarra juzgan absurdo la creación de estas provincias y de la corte de justicia en Guayaquil? pues así es, y yo también lo digo: son inútiles y perjudiciales. Lo mismo digo de la rebaja de derechos marítimos; y de otras muchas cosas podría decir otro tanto. ¡Qué brillante organización tiene Colombia!!! Sus resultados serian Inmensos si tuviesen la paciencia de esperarlos. Toda la sangre se ha sacado del cuerpo y se ha metido en la cabeza; así la república está exánime y loca juntamente.

Mientras tanto los legisladores han sacado sus empleos, y los empréstitos han arruinado el crédito de la nación. En estas circunstancias ¿qué debo yo hacer? ¿y qué debe hacer Colombia? Yo, por servir a la patria, debiera destruir el magnífico edificio de las leyes y el romance ideal de nuestra utopía. Colombia no puede hacer otra cosa, fallida como está, sino disolver la sociedad con que ha engañado al mundo, y darse por insolvente. Sí señor, este es el estado de las cosas, y a mi despecho tengo que conocerlo y decirlo.

A mi llegada a Bogotá resolveré últimamente lo que deba hacer; pues hasta el día no he podido fijar mis ideas. Una dictadura quiere el Sur, y, a decir verdad, puede servir algo por un año, pero esta dictadura no será más que una- moratoria para la bancarrota que en último resultado ha de tener lugar. El Sur no gusta del Norte: las costas no gustan de la sierra. Venezuela no gusta de Cundinamarca; Cundinamarca sufre de los desórdenes de Venezuela. El ejército está descontento, y hasta indignado por los reglamentos que se le dan. La hermosa libertad de imprenta, con su escándalo, ha roto todos los velos, irritado todas las opiniones. La pardocracia triunfa en medio de este conflicto general. En Guayaquil (que no es fuerte) hace repetidos y violentos ataques. Ahora mismo tenemos una causa pendiente con los primeros magnates. La libertad de imprenta la causa y, por lo mismo, es incurable; no sé que hacerme en este negocio, semejante a la llaga del amigo de Teseo, que la irritaban cuantos remedios se le ponían.

Esta llaga cubre a toda la república. ¿Creerá Vd. que los indios están inquietos temiendo mayores vejaciones porque se les ha quitado el tributo? Tal es el espíritu de nuestra pobre humanidad, que no crece siendo siempre niña. En una palabra, mi querido general, cada día me confirmo más en que la república está disuelta, y que nosotros debemos volver al pueblo su soberanía primitiva, para que él se reforme como quiera y se dañe a su gusto. El mal será irremediable, pero no será nuestro, será de los principios, será de los legisladores, será de los filósofos, será del pueblo mismo; no será de nuestras espadas. He combatido por dar la libertad a Colombia; la he reunido para que se defendiese con más fuerza; ahora no quiero que me inculpe y me vitupere por las leyes que le han dado contra su voluntad: este será mi código, mi antorcha; así lo he dicho a todo el pueblo del Sur, y así lo diré a toda Colombia. He combatido las leyes de España, y no combatiré por leyes tan perniciosas como las otras y más absurdas por ser espontáneas, sin necesidad siquiera de que fueran dañosas como las de una metrópoli. Un congreso de animales habría sido, como el de Casti, más sabio.

Querido general, perdone Vd. mis desahogos, pues no los puedo soportar y rebosan en mi pecho. Los intrigantes han destruido la patria del heroísmo, y tan sólo nosotros sufriremos, porque hemos estado a la cabeza de estos execrables tontos.

Del Perú y de Bolivia me escriben que todo marcha a las mil maravillas. En ambas partes están pidiendo y estableciendo la constitución boliviana. Todo el Perú me ha proclamado presidente perpetuo. El Sur de Colombia tiene estas mismas ideas y la mayor inclinación a la unión con el Perú. Siempre había descubierto esta tendencia, pero no me la ha confesado como ahora. Las relaciones con el Pacifico son las mismas, y, por otra parte, las ideas del Norte son demasiado turbulentas para estos señores. Aquí la albocracia sobre los indios es un dogma absoluto, y lo que es más, sin oposición, porque los tales indígenas no se defien­den y obedecen a los demás colores; por otra parte, la superstición tiene profundas raíces, y, por lo mismo, ve con horror los papeles del Norte. Los masones y la reforma de conventillos, causan horror en este país. En una palabra, cuanto hace el Norte le parece malo. Sus diputados son vistos como renegados perversos que no han defendido sus derechos e intereses; ellos se inclinan a un gobierno local, aunque conocen que no tienen jefes para formarlo.

Llevo doce mil pesos a las tropas de Pasto, que perecen.

Mañana continúo mi marcha. Estaré un día en Pasto, y cinco o seis en Popayán, para ver el país y conocer las opiniones; después seguiré a Bogotá a donde llegaré como un reo, o como una víctima que va a ser sacrificada en un tumulto anárquico. Tiemblo de llegar a donde debo decidir de la suerte de Colombia y de la mía. No puedo creer que sea útil ni glorioso cumplir las leyes existentes y mucho menos aun dejarme conducir por hombres más ciegos que yo. Esta moderación no entra en mi conciencia. Tengo mil veces más fe en el pueblo que en sus diputados. El instinto es un consejero leal; en tanto que la pedantería es un aire mefítico que ahoga los buenos sentimientos.

Adiós, mi querido general. Estoy tan desesperado, como puede Vd. imaginarlo. La cosa de Páez no es nada; y si es algo, no es más que el primer tropezón que ha sufrido una máquina torpemente construida que se había mantenido firme porque no se había puesto en movimiento. La extensión de Colombia y la complicación de sus elementos no debía marchar sino por prodigios, y como nunca congreso ha hecho prodigios, el resultado ha sido natural y necesario.

Otros pueden ver este asunto bajo otro aspecto, por el contrario, yo lo considero enteramente decidido y aun condenado sin apelación.

Nuestro sagrado pacto está cubierto de una pureza intacta; gozaba de una virginidad inmaculada; ahora ha sido violado, manchado, roto, en fin; ya no puede servir de nada; una ley fundamental no debe ser sospechada siquiera, como la mujer de César; la integridad debe ser su primer atributo; sin esto es un espantajo ridículo, o más bien el símbolo del odio. Un nuevo contrato general debemos hacer para mantener una organización que no sólo parezca libre sino que lo sea y lleve el sello de todas las partes. El divorcio lo indicó el congreso, y Páez lo consumó.

Nuevo himeneo debemos celebrar para que las bodas sean aplaudidas por el júbilo general y se olviden las infidelidades que ahora nos deshonran, y que difícilmente podemos reparar sino en otra era.

Soy de Vd. de todo corazón.

BOLÍVAR.

P. D. —Nada me gusta que se dé al público mi correspondencia privada.

Creo que es una violación de la fe de la amistad. En Europa esto es un crimen.

Se me olvidaba decir a Vd. que he dejado al general Pérez encargado de recoger todos los deseos y proyectos benéficos para el Sur. Le he asociado cuatro individuos de cada uno de los tres departamentos.

Murgueytío es un miserable que no puede servir de intendente en ninguna parte, y los comandantes generales del Sur están temidos más o menos. Barreto es una bestia y está oprimiendo a Cuenca. Flores se ha hecho odioso por los masones y por amigo de Valdivieso, que ha robado el departamento. Valdés es estimado del bajo pueblo de Guayaquil y en este sentido le tienen alguna consideración todos, aunque siempre está jugando y enamorando, por lo demás, nadie me ha dicho una palabra contra él. Mosquera es admirable y Torres bueno, pero no tienen fuerza para resistir al toro de Barreto.

Soy de Vd. de nuevo de corazón.

BOLÍVAR.

Muchas cartas de Bolívar, entre ellas la presente y otros documentos, están reproducidos en el Archivo de Santander con errores. Lo advertimos para que no se crea que hemos hecho correcciones.

Nosotros nos hemos ceñido escrupulosamente a los originales.

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