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DOCUMENTO 112. "MEMORIA DIRIGIDA A LOS CIUDADANOS DE LA NUE­VA GRANADA POR UN CARAQUEÑO", ESCRITA POR SIMÓN BO­LÍVAR EN CARTAGENA DE INDIAS EL 15 DE DICIEMBRE 1812. CONOCIDA COMÚNMENTE COMO EL MANIFIESTO DE CARTAGENA.*

Memoria dirigida a los ciudadanos de la Nueva Granada por un caraqueño [1]

[Conciudadanos] [2]

Libertar a la Nueva Granada de la suerte de Venezuela y redimir a ésta de la que padece, son los objetos que me he propuesto en esta memoria. Dignaos, oh mis conciudadanos, de [3] aceptarla con indul­gencia en obsequio de miras tan laudables.

Yo soy, granadinos, un hijo de la infeliz Caracas, escapado prodigiosamente de en medio de sus ruinas físicas y políticas, que siempre fiel al sistema liberal y justo que proclamó mi patria, he venido a seguir aquí los estandartes de la independencia, que tan gloriosamente tremolan en estos Estados.

Permitidme que animado de un celo patriótico me atreva a diri­girme a vosotros, para indicaros ligeramente las causas que condu­jeron a Venezuela a su destrucción; lisonjeándome que las terribles y ejemplares lecciones que ha dado aquella extinguida República, persuadan a la América a mejorar de conducta, corrigiendo los vicios [4] de unidad, solidez y energía que se notan en sus gobiernos.

El más consecuente error que cometió Venezuela, al presentarse en el teatro político fue, sin contradicción, la fatal adopción que hizo del sistema tolerante; sistema improbado como débil e ineficaz, desde entonces, por todo el mundo sensato, y tenazmente sostenido hasta los últimos períodos, con una ceguedad sin ejemplo.

Las primeras pruebas que dio nuestro Gobierno de su insensata debilidad, las manifestó con la ciudad subalterna de Coro, que denegándose a reconocer su legitimidad, la declaró insurgente, y la hostilizó como enemigo [5]

La Junta Suprema, en lugar de subyugar aquella indefensa ciudad, que estaba rendida con presentar nuestras fuerzas marítimas delante de su puerto, la dejó fortificar y tomar una aptitud [6] tan respetable, que logró subyugar después la confederación entera, con casi igual facilidad que la que teníamos nosotros anteriormente para vencerla; fundando la Junta su política en los principios de humanidad mal entendida que no autorizan a ningún Gobierno para hacer por la fuerza libres a los pueblos estúpidos que desconocen el valor de sus derechos.

Los códigos que consultaban nuestros magistrados no eran los que podían enseñarles la ciencia práctica del Gobierno, sino los que han formado ciertos buenos visionarios que, imaginándose re­públicas aéreas, han procurado alcanzar la perfección política, pre­suponiendo la perfectibilidad del linaje humano. Por manera que tuvimos filósofos por Jefes, filantropía por legislación, dialéctica por táctica, y sofistas por soldados. Con semejante subversión de principios y de cosas, el orden social se sintió [7] extremamente [8] conmovido, y desde luego corrió el Estado a pasos agigantados a una disolución universal, que bien pronto se vio realizada.

De aquí nació la impunidad de los delitos de Estado cometidos descaradamente por los descontentos, y particularmente por nues­tros natos e implacables enemigos los españoles europeos, que mali­ciosamente se habían quedado en nuestro país, para tenerlo ince­santemente inquieto y promover cuantas conjuraciones les permitían formar nuestros jueces, perdonándolos siempre, aun cuando sus atentados eran tan enormes, que se dirigían contra la salud pública. La doctrina que apoyaba esta conducta tenía su origen en las máximas filantrópicas de algunos escritores que defienden la no residencia de facultad en nadie para privar de la vida a un hombre, aun en el caso de haber delinquido éste en el delito de lesa patria. Al abrigo de esta [9] piadosa doctrina, a cada conspiración sucedía un perdón, y a cada perdón sucedía otra conspiración que se volvía a perdonar; porque los Gobiernos liberales deben distinguirse por la clemencia. ¡Clemencia criminal, que contribuyó más que nada a derribar la máquina que todavía no habíamos enteramente concluido!

De aquí vino la oposición decidida a levantar tropas veteranas, disciplinadas y capaces de presentarse en el campo de batalla, ya instruidas, a defender la libertad con suceso y gloria. Por el con­trario, se establecieron innumerables cuerpos de milicias indiscipli­nadas, que además de agotar las cajas del erario nacional, con los sueldos de la plana mayor [10] destruyeron la agricultura, alejando a los paisanos de sus lugares [11] e hicieron odioso el Gobierno que obligaba a éstos a tomar las armas y a abandonar sus familias.

Las repúblicas, decían nuestros estadistas, no han menester de hombres pagados para mantener su libertad. Todos los ciudadanos serán soldados cuando nos ataque el enemigo. Grecia, Roma, Venecia, Genova, Suiza, Holanda, y recientemente el Norte de Amé­rica, vencieron a sus contrarios sin auxilio de tropas mercenarias siempre prontas a sostener al [12] despotismo y a subyugar a sus conciudadanos.

Con estos antipolíticos [13] e inexactos raciocinios fascinaban a los simples; pero no convencían a los prudentes que conocían bien la inmensa diferencia que hay entre los pueblos, los tiempos, y las costumbres de aquellas repúblicas y las nuestras. Ellas, es verdad que no pagaban ejércitos permanentes; mas era porque en la anti­güedad no los había, y sólo confiaban la salvación y la gloria de los Estados, en sus virtudes políticas, costumbres severas, y carác­ter militar, cualidades que nosotros estamos muy distantes de poseer. Y en cuanto a las modernas que han sacudido el yugo de sus tiranos, es notorio que han mantenido el competente número de veteranos que exige su [14] seguridad; exceptuando al Norte de América, que estando en paz con todo el mundo y guarnecido por el mar, no ha tenido por conveniente sostener en estos últimos años el completo de tropa veterana que necesita para la defensa de sus fronteras y plazas.

El resultado probó severamente a Venezuela el error de su cálculo; pues los milicianos que salieron al encuentro del enemigo, ignorando hasta el manejo del arma, y no estando habituados a la disciplina y obediencia, fueron arrollados al comenzar la última campaña, a pesar de los heroicos y extraordinarios esfuerzos que hicieron sus jefes por llevarlos a la victoria. Lo que causó un desa­liento general en soldados y oficiales; porque es una verdad militar que sólo ejércitos aguerridos son capaces de sobreponerse a los primeros infaustos sucesos de una campaña. El soldado bisoño lo cree todo perdido, desde que es derrotado una vez; porque la expe­riencia no le ha probado que el valor, la habilidad y la constancia corrigen la mala fortuna.

La subdivisión de la Provincia de Caracas proyectada, discutida y sancionada por el Congreso federal, despertó y fomentó una enco­nada rivalidad en las ciudades y lugares subalternos, contra la capital: "la cual, decían los congresales ambiciosos de dominar en sus distritos, era la tirana de las ciudades y la sanguijuela del Estado". De este modo se encendió el fuego de la guerra civil en Valencia, que nunca se logró apagar con la reducción de aquella ciudad; pues conservándolo encubierto, lo comunicó a las otras limítrofes a Coro y Maracaibo [15] y éstas entablaron comunicaciones con aqué­llas, facilitaron [16] por este medio, la entrada de los españoles que trajo consigo la caída de Venezuela.

La disipación de las rentas públicas en objetos frivolos y perju­diciales; y particularmente en sueldos de infinidad de oficinistas, secretarios, jueces, magistrados, legisladores, provinciales y federales, dio un golpe mortal a la República, porque la obligó a recu­rrir al peligroso expediente de establecer el papel moneda, sin otra garantía que las fuerzas [17] y las rentas imaginarias de la confedera­ción. Esta nueva moneda pareció a los ojos de los más, una vio­lación [18] manifiesta del derecho de propiedad, porque se conceptua­ban despojados de objetos de intrínseco valor, en cambio de otros cuyo precio era incierto, y aun ideal. El papel moneda remató el descontento de los estólidos pueblos internos, que llamaron al co­mandante de las tropas españolas, para que viniese a librarlos de una moneda que veían con más horror que la servidumbre.

Pero lo que debilitó más el [19] Gobierno de Venezuela fue la forma federal que adoptó, siguiendo las máximas exageradas de los dere­chos del hombre, que autorizándolo para que se rija por sí mismo, rompe los pactos sociales, y constituye a las naciones [20] en anarquía. Tal era el verdadero estado de la Confederación. Cada Provincia se gobernaba independientemente; y a ejemplo de éstas, cada ciudad pretendía iguales facultades alegando la práctica de aquéllas, y la teoría de que todos los hombres y todos los pueblos gozan de la prerrogativa de instituir a su antojo el gobierno que les acomode.

El sistema federal, bien que sea el más perfecto y más capaz de proporcionar la felicidad humana en sociedad, es, no obstante, el más opuesto a los intereses de nuestros nacientes estados. General­mente hablando todavía nuestros conciudadanos no se hallan en aptitud [21] de ejercer por sí mismos y ampliamente sus derechos; porque carecen de las virtudes políticas que caracterizan al verdadero republicano; virtudes que no se adquieren en los Gobiernos abso­lutos, en donde se desconocen los derechos y los deberes del ciu­dadano.

Por otra parte, ¿qué país del mundo, por morigerado y repu­blicano que sea, podrá, en medio de las facciones intestinas y de una guerra exterior, regirse por un gobierno tan complicado y débil como el federal? No es posible [22] conservarlo [23] en el tumulto de los combates y de los partidos. Es preciso que el Gobierno se iden­tifique, por decirlo así, al carácter de las circunstancias, de los tiem­pos y de los hombres, que lo rodean. Si éstos son prósperos y sere­nos, él debe ser dulce y protector; pero si son calamitosos y turbu­lentos, él debe mostrarse terrible, y armarse de una firmeza igual a los peligros, sin atender a leyes, ni constituciones, ínterin no se restablece [24] la felicidad y la paz.

Caracas tuvo mucho que padecer por defecto de la confederación que lejos de socorrerla le agotó sus caudales y pertrechos; y cuando vino el peligro la abandonó a su suerte, sin auxiliarla con el menor contingente. Además, le aumentó sus embarazos habiéndose empe­ñado una competencia entre el poder federal y el provincial, que dio lugar a que los enemigos llegasen al corazón del Estado, antes que se resolviese la cuestión de si deberían salir las tropas federales o provinciales a rechazarlos cuando ya tenían ocupada una gran porción de la Provincia. Esta fatal contestación produjo una demora que fue terrible para nuestras armas. Pues las derrotaron en San Carlos sin que les llegasen los refuerzos que esperaban para vencer.

Yo soy de sentir que mientras no centralicemos nuestros go­biernos americanos, los enemigos obtendrán las más completas ven­tajas; seremos indefectiblemente envueltos en los horrores de las disensiones civiles, y conquistados vilipendiosamente por ese puñado de bandidos que infestan nuestras comarcas.

Las elecciones populares hechas por los rústicos del campo y por los intrigantes moradores de las ciudades, añaden un obstáculo más a la práctica de la federación entre nosotros; porque los unos son tan ignorantes que hacen sus votaciones maquinalmente, y los otros tan ambiciosos que todo lo convierten en facción; por lo que jamás se vio en Venezuela una votación libre y acertada; lo que ponía el [25] Gobierno en manos de hombres ya desafectos a la causa, ya ineptos, ya inmorales. El espíritu de partido decidía en todo, y por consi­guiente nos desorganizó más de lo que las circunstancias hicieron. Nuestra división, y no las armas españolas, nos tornó a la esclavitud.

El terremoto de 26 de marzo trastornó, ciertamente, tanto lo físico como lo moral; y puede llamarse propiamente la causa inmediata de la ruina de Venezuela; mas este mismo suceso habría tenido lugar, sin producir tan mortales efectos, si Caracas se hubiera go­bernado entonces por una sola autoridad, que obrando con rapidez y vigor hubiese puesto remedio a los daños [26] sin trabas ni compe­tencias que retardando el efecto de las providencias dejaban tomar al mal un incremento tan grande que lo hizo incurable.

Si Caracas en lugar de una confederación lánguida e insubsistente, hubiese establecido un gobierno sencillo, cual lo requería su situa­ción política y militar, tú existieras ¡oh Venezuela! y gozaras hoy de tu libertad.

La influencia eclesiástica tuvo, después del terremoto, una parte muy considerable en la sublevación de los lugares, y ciudades sub­alternas; y en la introducción de los enemigos en el país; abusando sacrilegamente de la santidad de su ministerio en favor de los promotores de la guerra civil. Sin embargo, debemos confesar inge­nuamente que estos traidores sacerdotes se animaban a cometer los execrables crímenes de que justamente se les acusa porque la im­punidad de los delitos era absoluta; la cual hallaba en el Congreso un escandaloso abrigo; llegando a tal punto esta injusticia que de la insurrección de la ciudad de Valencia, que costó su pacificación cerca de mil hombres, no se dio a la vindicta de las leyes un solo rebelde; quedando todos con vida, y los más con sus bienes.

De lo referido se deduce que entre las causas que han producido la caída de Venezuela, debe colocarse en primer lugar la naturaleza de su constitución; que, repito, era tan contraria a sus intereses, como favorable a los de sus contrarios. En segundo, el espíritu de misantropía [27] que se apoderó de nuestros gobernantes. Tercero: la oposición al establecimiento de un cuerpo militar que salvase la República y repeliese los choques que le daban los españoles. Cuar­to: el terremoto acompañado del fanatismo que logró sacar de este fenómeno los más importantes resultados; y últimamente las facciones internas que en realidad fueron el mortal veneno que hicieron descender la patria al sepulcro.

Estos ejemplos de errores e infortunios, no serán enteramente inútiles para los pueblos de la América meridional, que aspiran a la libertad e independencia.

La Nueva Granada ha visto sucumbir a Venezuela; por consi­guiente debe evitar los escollos que han destrozado a aquélla. A este efecto presento como una medida indispensable para la seguri­dad de la Nueva Granada, la reconquista de Caracas. A primera vista parecerá este proyecto inconducente, costoso y [28] quizás im­practicable; pero examinado atentamente con ojos previsivos, y una meditación profunda, es imposible desconocer su necesidad como dejar de ponerlo en ejecución, probada la utilidad.

Lo primero que se presenta en apoyo de esta operación, es el origen de la destrucción de Caracas, que no fue otro que el desprecio con que miró aquella ciudad la existencia de un enemigo que pare­cía pequeño, y no lo era considerándolo en su verdadera luz.

Coro ciertamente no habría podido nunca entrar en competencia con Caracas, si la comparamos, en sus fuerzas intrínsecas, con ésta; mas como en el orden de las vicisitudes humanas no es siempre la mayoría de la masa física la que decide, sino que es la superioridad de la fuerza moral la que inclina hacia sí la balanza política, no debió el Gobierno de Venezuela, por esta razón, haber descuidado la extirpación de un enemigo, que aunque aparentemente débil tenía por auxiliares a la Provincia de Maracaibo; a todas las que obedecen a la Regencia; el oro y la cooperación de nuestros eternos contrarios los europeos que viven con nosotros; el partido clerical, siempre adicto a su apoyo y compañero el despotismo; y sobre todo, la opinión inveterada de cuantos ignorantes y supersticiosos contienen los límites de nuestros Estados. Así fue que apenas hubo un oficial traidor que llamase al enemigo, cuando se desconcertó la máquina política, sin que los inauditos y patrióticos esfuerzos que hicieron los defensores de Caracas, lograsen impedir la caída de un edificio ya desplomado por el golpe que recibió de un solo hombre.

Aplicando el ejemplo de Venezuela a la Nueva Granada y for­mando una proporción, hallaremos que Coro es a Caracas, como Caracas es a la América entera; consiguientemente el peligro que amenaza a este país está en razón de la anterior progresión; porque poseyendo la España el territorio de Venezuela, podrá con facilidad sacarle hombres y municiones de boca y guerra, para que bajo la dirección de jefes experimentados contra los grandes maestros de la guerra, los franceses, penetren desde las Provincias de Barinas y Maracaibo hasta los últimos confines de la América meridional.

La España tiene en el día gran número de oficiales generales, ambiciosos y audaces, acostumbrados a los peligros y a las priva­ciones, que anhelan por venir aquí, a buscar un imperio que reem­place el que acaban de perder.

Es muy probable que al expirar la Península, haya una prodigiosa emigración de hombres de todas clases; y particularmente de carde­nales, arzobispos, obispos, canónigos y clérigos revolucionarios, capaces de subvertir, no sólo nuestros tiernos y lánguidos Estados, sino de envolver el Nuevo Mundo entero [29] en una espantosa anar­quía. La influencia religiosa, el imperio de la dominación civil y militar, y cuantos prestigios pueden obrar sobre el espíritu humano, serán otros tantos instrumentos de que se valdrán para someter estas regiones.

Nada se opondrá a la emigración de España. Es verosímil que la Inglaterra proteja la evasión de un partido que disminuye en parte las fuerzas de Bonaparte en España, y trae consigo el aumento y permanencia del suyo, en América. La Francia no podrá impedirla; tampoco Norte América [30] y nosotros menos aún pues careciendo todos de una marina respetable, nuestras tentativas serán vanas.

Estos trásfugos [31] hallarán ciertamente una favorable acogida en los puertos de Venezuela, como que vienen a reforzar a los opre­sores de aquel país y los habilitan de medios para emprender la conquista de los Estados independientes.

Levantarán quince o veinte mil hombres que disciplinarán pron­tamente con sus jefes, oficiales, sargentos, cabos y soldados vete­ranos. A este ejército seguirá otro todavía más temible de mi­nistros, embajadores, consejeros, magistrados, toda la jerarquía eclesiástica y los grandes de España, cuya profesión es el dolo y la intriga, condecorados con ostentosos títulos, muy adecuados para deslumhrar a la multitud; que derramándose [32] como un torrente, lo inundarán todo arrancando las semillas y hasta las raíces del árbol de la libertad de Colombia. Las tropas combatirán en el campo; y éstos, desde sus gabinetes, nos harán la guerra por los resortes de la seducción y del fanatismo.

Así pues, no nos queda otro recurso para precavernos de estas calamidades, que el de pacificar rápidamente nuestras Provincias sublevadas, para llevar después nuestras armas contra las enemi­gas; y formar de este modo soldados y oficiales dignos de llamarse las [33] columnas de la patria.

Todo conspira a hacernos adoptar esta medida; sin hacer men­ción de la necesidad urgente que tenemos de cerrarle las puertas al enemigo, hay otras razones tan poderosas para determinarnos a la ofensiva, que sería una falta militar y política inexcusable, dejar de hacerla. Nosotros nos hallamos invadidos, y por consi­guiente forzados a rechazar al enemigo más allá de la frontera. Además, es un principio del arte que toda guerra defensiva es perjudicial y ruinosa para el que la sostiene; pues lo debilita sin esperanza de indemnizarlo; y que las hostilidades en el territorio enemigo, siempre son provechosas, por el bien que resulta del mal del contrario; así, no debemos, por ningún motivo, emplear la defensiva.

Debemos considerar también el estado actual del enemigo, que se halla en una posición muy crítica, habiéndoseles [34] para sacudir el yugo de sus tiranos y unir sus esfuerzos a los nuestros en defensa de la libertad.

La naturaleza de la presente campaña nos proporciona la ventaja de aproximarnos a Maracaibo, por Santa Marta, y a Barinas por Cúcuta. Aprovechemos, pues, instantes tan propicios; no sea que los re­fuerzos que incesantemente deben llegar de España, cambien abso­lutamente el aspecto de los negocios y perdamos, quizás para siempre, la dichosa oportunidad de asegurar la suerte de estos Estados.

El honor de la Nueva Granada exige imperiosamente escarmen­tar a esos osados invasores, persiguiéndolos hasta sus [35] últimos atrincheramientos. Como [36] su gloria depende de tomar a su cargo la empresa de marchar a Venezuela, a libertar la cuna de la independencia colombiana, sus mártires y aquel benemérito pueblo caraqueño, cuyos clamores sólo se dirigen a sus amados compatriotas los granadinos, que ellos aguardan con una mortal impaciencia, como a sus redentores. Corramos a romper las cadenas de aquellas víctimas que gimen en las mazmorras, siempre esperando su sal­vación de vosotros; no burléis su confianza; no seáis insensibles a los lamentos de vuestros hermanos. Id veloces a vengar al muerto, a dar vida al moribundo, soltura al oprimido, y libertad a todos.

Cartagena de Indias, diciembre 15 de 1812.

[SIMÓN BOLÍVAR.] [37]

* De un impreso de la época de Bolívar. El texto que ha servido de base a la presente edición es el más antiguo que se ha podido consultar, o sea el publicado en la correspondencia personal, p. LV-LXV de la Colección de Docu­mentos relativos a la Vida Pública del Libertador de Colombia y del Perú, Simón Bolívar... (Caracas, 1826) obra editada por los proceres Cristóbal Mendoza y Francisco Javier Yanes (véase la correspondencia personal de la presente Colección de Escritos del Libertador, p. 160 sgs.). Según anotan Yanes y Mendoza, el texto dado por ellos procede de un folleto publicado en "Cartagena de Indias, en la Imprenta del C. Diego Espinosa. Año 1813". La Comisión Editora no ha tenido a la vista este folleto, ni tampoco el manuscrito original. Dada esta circunstancia, se ha adoptado el texto de la Colección citada, anotando, sin embargo, las variantes de otras compilaciones posteriores, que son las siguientes, por orden de publicación: A) Documentos para la historia de la Vida Pública del Libertador de Colombia, Perú y Bolivia... editados por José Félix Blanco y Ramón Azpurúa (Caracas, 1875-1877) correspondencia oficial, pp. 119-124; B) Memorias del General O’Leary, (Caracas, 1879-1888), correspondencia oficial, p. 86-96; y C) Obras Completas de Simón Bolívar (La Habana, 1947) editadas por Vicente Lecuna, tomo I, pp. 41-48, y correspondencia personal, pp. 999-1006. Deducimos que la redacción más fiel es la que proporciona la Colección de Yanes-Mendoza, aun cuando en algún punto induce a vacilación lo que podría ser errata de imprenta, o acaso la versión dada en otra fuente que la Comisión no conoce.

Notas

[1] El texto A da una redacción diferente debida, sin duda alguna, a los editores Blanco y Azpurúa. El texto B dice: "Memoria dirigida a los Ciudadanos de la Nueva Granada". El texto C es igual al texto de la Colección editada por los proceres Mendoza y Yanes que se ha tomado por base.

[2] Así encabeza la Memoria el texto A. El texto B, lo mismo que el de la Colección Yanes-Mendoza, lo omite. El texto C lo incluye en la correspondencia personal, p. 41, pero lo omite en la correspondencia personal, p. 999.

[3] Falta esta palabra en el texto B.

[4] En A dice: "vacíos".

[5] [En C se lee: "lo declaró insurgente y lo hostilizó como enemigo".

[6] En A y C, se lee: "actitud".

[7] En C dice: "resintió".

[8] En C se lee: "extremadamente".

[9] En B, se lee: "tan" en lugar de "esta".

[10] En A: "de las planas mayores".

[11] En B y C se lee: "hogares".

[12] En A y C dice: "el".

[13] En A: "impolíticos".

[14] En A: "la".

[15] En A se lee: "limítrofes Coro y Maracaibo"; en B, dice: "limí­trofes de Coro y Maracaibo".

[16] [En B y C dice: "aquélla, y facilitaron".

[17] En A, B y C: "la fuerea".

[18] En A dice: "violencia".

[19] En B y C: "al".

[20] En B y C: "constituye las naciones".

[21] En B se lee: "actitud".

[22] En C dice: "No, no es posible. .."

[23] En A se lee: "conservarla".

[24] En B y C: "restablecen".

[25] En A: "al".

[26] En A: "a daños".

[27] En B se lee: "filantropía". En cambio, el texto C da "filantropía" en la correspondencia personal, p. 45, y "misantropía" en la correspondencia personal, p. 1003.

[28] En B falta la conjunción, sustituida por una coma.

[29] En B falta la palabra "entero".

[30] En B se lee: "tampoco la América".

[31] En A, B y C se lee: "tránsfugas".

[32] En B, dice: "los cuales, derramándose"; y en C: "los que derra­ mándose".

[33] Esta palabra falta en B y en C.

[34] En A y C se lee: "habiéndosele".] desertado la mayor parte de sus soldados criollos; y teniendo al mismo tiem­po que guarnecer las patrióticas ciudades de Caracas, Puerto Ca­bello, La Guaira, Barcelona, Cumaná y Margarita, en donde existen sus depósitos; sin que se atrevan a desamparar estas plazas, por temor de una insurrección general en el acto de separarse de ellas. De modo que no sería imposible que llegasen nuestras tropas hasta las puertas de Caracas, sin haber dado una batalla campal.

Es una cosa positiva que en cuanto nos presentemos en Vene­zuela, se nos agregan millares de valerosos patriotas, que suspiran por vernos parecer [[En A dice: "aparecer".

[35] En el texto C, correspondencia personal, p. 1006, dice "los".

[36] En B dice: "su gloria. ..".

[37] En A la firma aparece sólo con las iniciales: "S. B.". En B, debido al contexto, no figura la firma. En C, correspondencia personal, p. 48, se lee: "Simón Bo­lívar" y en la correspondencia personal, p. 1006, no hay firma. En cuanto a referencias a la fuente, los textos A y B no dan ninguna. El texto C dice, en la correspondencia personal, p. 48 lo que sigue: "Cartagena de Indias. En la Imprenta del C. Diego Espinoza. Año de 1813. (8 p.)"; en la correspondencia personal, p. 1006, se lee: "Imprenta del C. Diego Espinoza. 1813"

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