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DOCUMENTO 8328 CARTA DE BOLÍVAR PARA SANTANDER, FECHADA EN TRUJILLO EL 21 DE DICIEMBRE DE 1823, EN LA CUAL LE RELATA EL ESTADO EN QUE SE ENCUENTRA LA CAMPAÑA EN EL PERÚ, SU SITUACIÓN EMBARAZOSA CON RESPECTO A LAS FUERZAS ESPAÑOLAS QUE HAN OBTENIDO ALGUNAS VICTORIAS, SU RESOLUCIÓN DE DAR UNA BATALLA EN EL PERÚ PARA APROVECHAR ALGUNAS VENTAJAS. LE PIDE EL ENVIÓ DE DOCE MIL HOMBRES. REFERENCIAS SOBRE MONTEAGUDO Y SUCRE. UNA ESPECIAL MENCIÓN LE MERECE PERUCHO (BRICEÑO MÉNDEZ) SOBRE CIERTO PROBLEMA QUE TUVO CON SU HERMANA (JUANA BOLÍVAR).*

Trujillo, a 21 de diciembre de 1823.

Mi querido general:

Antes de ayer noche llegué aquí despuués de haber recorrido todo el país libre de todo el Perú, que tiene tres departamentos con seiscientas mil almas. Este país no carece de medios de defensa y de subsistencia, sus habitantes son enemigos de los españoles. Un ejército de diez mil hombres puede vivir un año entero a su costa sin destruirlo y yo espero defenderlo con más facilidad que al sur de Colombia.

Acabamos de saber que el enemigo con su ejército ha venido hasta Cañete, [1] veinte leguas de Lima. Esta operación, aunque muy atrevida en estas circunstancias, no deja de ser conforme al estado de las cosas. Los godos han vencido cuatro veces con una batalla que acaban de ganar en Cochabamba al general Lanza. Saben que los chilenos se han vuelto y que la escuadra peruana nos está bloqueando. Saben que espero nuevos refuerzos de Colombia y que aún no han llegado, que las tropas de Riva-Agüero estaban en guerra abierta contra nosotros y que en Lima tenían un gran partido por ellos. En fin, ellos saben todo; están orgullosos con sus victorias, esperan un armisticio general y desean encontrarse dueños del Bajo Perú antes de terminarlo todo. Por consiguiente, mi opinión es extremadamente embarazosa sin tener que oponerle fuerzas iguales sino tan sólo cuatro mil colombianos de los cuales mil deben quedar en el Callao para que no se pierda. Los enemigos traerán doce mil hombres más que menos; nosotros le opondremos ocho mil de tres naciones de los cuales la mitad solamente son veteranos. Tenemos que dejar en el Callao tres mil hombres para su defensa, porque si lo perdemos lo perdemos todo; así, cinco mil hombres únicamente son los que están prontos a obrar en campaña, y ellos donde quiera pueden presentarse con todo su ejército. Esta dresproporción me hace temer con sobrado fundamento que debemos perder el Perú antes de cuatro meses. Entonces no habrá más auxilio para el Callao y se rendirá, pues se encontrará sitiado por tierra y bloqueado por mar. Ya los enemigos tienen cuatro buques de guerra en el mar Pacífico: ya poseen algunos puertos y pronto lograrán otros más. El desaliento de los peruanos aumentará la fuerza de los españoles. Sus ventajas, en fin, serán decisivas luego que sean dueños del mar como todo lo anuncia muy próximo. Nuestra escuadra no se puede mantener porque no hay un peso con qué hacerlo y diez meses ha que no se le paga un duro. Los españoles teniendo mucho dinero porque tienen sistema y rigor, no dejarán de conseguir una buena escuadra para ejecutar sus desembarcos en Guayaquil y Esmeraldas mientras que por tierra marcharán a Loja y Cuenca. De modo que las corrientes los llevarán dentro de tres o cuatro días al corazón del sur. Se plantarán en la Puna para amagar a Guayaquil y desembarcarán en Esmeraldas, cuyo camino hemos abierto por darle gusto a los quiteños. Nosotros no podremos atender a todas partes. Si nos acampamos en Quito entrarán por Loja o Guayaquil y se harán de medios, caballos y víveres. Si nos vamos a Guayaquil y Loja, nos dividimos y debilitamos a la vez y quedamos cortados por Esmeraldas y aun por Barbacoas.

A todo esto, los pastusos y palíanos, haciendo un deber de godos, nos tomarán la espalda y no nos dejarán retirar ni nos permitirán comunicaciones con Bogotá. La posición de Pasto no se puede mantener con poca tropa por la mala voluntad de sus habitantes y con mucha por la falta de recursos. Patía y Popayán es una misma cosa y no valen nada; el Cauca ya sabe usted está destruido y la pena que daba para mantener dos mil hombres antes de ahora. Así es que tendremos que irnos a Neiva y Bogotá a hacer la defensa de Colombia y creo que esto mismo he dicho a usted antes; y también creo que no me he engañado en ninguno de mis pronósticos sobre el sur.

Yo conceptúo que es más fácil defender a Colombia aquí con ocho mil hombres que en Quito con doce mil porque la plaza del Callao, los desiertos de la costa y los riscos de la sierra presentan obstáculos «n poco difíciles de superar; por lo tanto estoy resuelto a dar una batalla en el Perú con el fin de aprovechar estas ventajas. Mas no respondo del suceso. Si no doy esta batalla, perdemos el ejército en la retirada infaliblemente, porque los peruanos se quedan en su país y los quiteños se van a desertar al suyo. Nos quedarán algunos cuadros colombianos viejos.

Ya no hay que contar más con chilenos y argentinos, y estos peruanos son los hombres más miserables para la guerra. Desde luego debemos resolvernos a sostener solos la lucha.

Todos los días mueren y desertan soldados de Colombia; en pocos meses hemos perdido tres mil sin un combate siquiera. Pero en recompensa los que nos quedan son excelentes y llenos de un entusiasmo admirable: mucha esperanza nos dan.

Todo esto se reduce a pedir a usted doce mil hombres; me explicaré: los tres mil que deben estar navegando de Cartagena para acá; los tres mil que pedí a usted cuando supe la última desgracia de Santacruz y seis mil que va a pedir ahora el coronel Ibarra, de los cuales mil han de ser llaneros, pues aquí no es conocida esta arma y no se puede reemplazar con hombres que no saben de caballos. Tres mil de estos doce mil deben venir a Pasto por Almaguef y el Trapiche y de ahí pasarán a la provincia de Quito: los demás deben venir por mar al Istmo y del Istmo a Quito, según las órdenes que se les den. Deben ser veteranos y si es posible que sean todos los cuerpos de la guardia completados del mejor modo posible de ochocientos a mil hombres cada uno. Pido además muchas armas y muchas municiones. Me parece que lo veo a usted saltando como si doce mil hombres fueran muchos para contener a los vencedores de la América meridional. Pues no son y acuérdese usted.

Usted me preguntará que cómo hace ese milagro y mi respuesta es que como se han hecho los demás cuando había menos medios y poder. El secretario de guerra dice que tenemos treinta y dos mil hombres, que vengan doce y quedan veinte por allá. Si Colombia no quiere hacer este nuevo sacrificio, hará otro mayor perdiendo su libertad y su fortuna.

Ya había pensado ir yo mismo a buscar esos doce mil hombres porque he visto con qué morosidad y mala gana se han manejado esos señores en el envío de esta primera expedición. Hace cerca de cinco meses que se tomó a Maracaibo y aún no han llegado las tropas que eran allí inútiles. Además, habiendo allí tantas tropas me van a mandar reclutas y se destinan a la provincia de Caracas cuerpos que nada tienen que hacer allí no habiendo enemigos en ella. Creo que por allá piensan que el sur no es de Colombia, y suponiendo que así fuese, no se debe dudar que los españoles son de todas partes, han venido de más lejos y en otro tiempo han conquistado el nuevo mundo. Ibarra me ha quitado de la cabeza este viaje persuadiéndome de que perdemos el ejército, el Perú y el sur de Colombia si yo me voy en estas circunstancias. No se necesitaba de mucha retórica para convencerme de una verdad tan evidente. Porque de Sucre abajo todos están desesperados por volverse a su país, por estar a ración y sin sueldo, rodeados de los veteranos de la anarquía, el crimen y de la ingratitud.

Vea usted esta carta de Campino y diviértase un rato; algunas igualmente de Heres son divertidas. Esto es una Babilonia de crímenes y ya es preciso ser bien fuerte y bien afortunado para salir ileso de esta asquerosa contienda. Ya he arrollado los partidos de Riva-Agüero, Santacruz y Guise con su escuadra, pero los chilenos nos han burlado, los porteños se irán y los godos nos batirán por una razón aritmética, porque más son doce que ocho.

Usted puede decir al Congreso de mi parte que este es el último sacrificio que voy a hacer por Colombia, que no puede ser mayor, pues que voy a exponer a una pérdida cierta mi reputación ganada en trece años que se pueden contar por siglos. Pero también añádale usted que estoy resuelto a no hacer otro si por falta de refuerzos oportunos somos sacrificados en el Perú. Entonces me voy hasta de Colombia porque no quiero ser testigo de la ruina de una obra que es el prodigio de la constancia y del valor de Colombia!!!

Querido general, las cosas interiores se van arreglando, la escuadra de Guise ha cedido: los partidarios de Riva-Agüero están en mi poder de grado o por fuerza. Mándeme usted los doce mil hombres para no verme obligado a abandonar la patria de mis amigos.

La sala de representantes me ha ganado la palmeta en el negocio de la propuesta de usted; y por cierto que me alegró bastante para que esos señores no atribuyesen a amistad lo que realmente es rigurosa justicia.

Ibarra lleva la propuesta de usted. Yo creo que eso es tan constitucional como el envío de Monteagudo a Méjico, pues no tengo autoridad ninguna sobre el Poder Ejecutivo de Colombia y desde aquí menos aún, pero puesto que usted quiere, allá va el golpe; quiera Dios que lo aprueben y si no lo aprobaren me quedará la satisfacción de haber dado a usted el último testimonio de mi aprecio y estimación.

Porque tiene usted razón en el negocio de Monteagudo no lo quise mandar a Méjico: aquello no fue más que una intriga de circunstancias para alejar en el Perú la idea de que yo lo llevaba de Ministro. En cuanto a Sucre su comisión era político-militar; y si no me engaño creo tener derecho a manejar los negocios políticos íntimamente ligados a los militares del sur, pues ya usted sabe que la guerra también tiene su diplomacia; Sucre vino a dirigir las operaciones del ejército del Perú, como militar no lo podía hacer; pero sí como agente acreditado, como sucede en Europa. No había otro remedio: ya lo hice porque era útil y necesario: mientras que haya godos haré otro tanto en todos los casos apurados bajo el artículo de poder discrecional. Si para estas cosas no sirve dicha facultad, no sé para qué sirve, si no los demás casos están expresos en los demás artículos de la bula, como graciosamente la ha llamado usted para poder pecar contra la constitución.

Dígale usted a don Perucho que me he alegrado mucho de que haya peleado con mi hermana por cumplir con su deber, y que si hubiera hecho otra cosa me hubiera parecido infame, como me han parecido los testigos falsos de la tal justificación. Añado que mis hermanas no necesitan de nada porque yo les he señalado todas las rentas de mi caudal para que vivan y que no merece llevar mi nombre la que ha pretendido por una impostura manchar la muerte de un hijo que ha perecido gloriosamente por su Patria. Dígale usted que le mando este recado para que lo sepan todos los que están iniciados en el secreto; que ahora he conocido más que nunca que él es digno de la opinión que me merece. [2]

Soy de usted de todo corazón,

BOLÍVAR

* De un impreso moderno. "Correspondencia dirigida al General Santander", volumen II, págs. 436-440.

Notas

[1] Cañete, provincia del Perú en el departamento de Lima, capital San Vicente de Cañete.

[2] Aquí debe referirse el Libertador a su hermana Juana Bolívar, cuyo hijo Guillermo Palacios Bolívar pereció en la batalla de La Hogaza (1817) y su esposo Dionisio Palacios Blanco había caído en la carnicería de Maturín, posterior a la batalla de Úrica (1814). Desconocemos el incidente que ella pudo tener con Pedro Briceño Méndez (Perucho), quien estuvo casado con su hija Benigna Palacios Bolívar. Sin embargo, no debe haber tenido mayor trascendencia, puesto que tres meses más tarde le escribe Bolívar a María Antonia y se refiere a Juanica (su hermana Juana) en cariñosos términos.

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