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DOCUMENTO 5206. OFICIO DE BOLÍVAR PARA EL VICEPRESIDENTE DE COLOMBIA, FECHADO EN SAN CRISTÓBAL EL 22 DE DICIEMBRE DE 1820, EN EL CUAL PUNTUALIZA Y RAZONA SOBRE LAS MA­TERIAS TRATADAS EN EL ARMISTICIO Y A LA NECESIDAD DE LIBERTAR A QUITO, RECOMENDÁNDOLE COMO MUY SECRETA LA SESIÓN EN QUE SE CONSIDEREN SUS ARGUMENTOS.*

Cuartel general Libertador en San Cristóbal,

a 22 de diciembre de 1820.

Reservado.

Al Excmo. señor Vicepresidente de la República de Colombia.

(Juan Germán Roscio).

En el tratado de armisticio habrá V.E. visto que no se convino en la suspensión de armas, sino con el objeto de que tanto Colombia como España se ocupasen de negociar la paz; seis meses concedidos a las negociaciones apenas serían bastantes para saber que los enviados de cualquiera de los dos gobiernos habían llegado y sido recibidos por el otro, sin concluir nada, porque no es posible en tan estrecho tiempo concluir negocios de tanta importancia. Es verdad que se convino en que el término sería prorrogable; pero ¿podremos hacerlo sin arruinar la República? La razón que tuve para negar el año que el enemigo pidió está existente, y pasados los seis meses, será más urgente aún. Nuestros fondos públicos agota­dos, nuestras rentas disminuidas por consecuencia de la guerra y sus desastres y nuestra falta de crédito para contraer deudas en los países extranjeros, nos constituyen en absoluta imposibilidad de permanecer en la actitud militar en que estamos y que no podemos dejar mientras haya el más remoto temor de que pueda continuar la guerra. Destinadas a la subsistencia de las tropas, a la simple subsistencia, todas nuestras rentas no alcanzan para cubrir los gas­tos y es necesario ocurrir a las liberalidades extraordinarias de los pueblos y aun a contribuciones forzadas. ¿De dónde, pues, sacaría­mos las enormes sumas que se necesitan para enviar plenipotencia­rios a España y sostener en aquella corte una embajada formal? Esta consideración y la de que es peligroso enviar fuera de nuestro territorio hombres autorizados para decidir y fijar nuestra suerte y destinos, cuando éstos no son todavía ciertos, y la mayor facilidad que habría para terminar las diferencias en nuestro propio país reci­biendo y oyendo a los plenipotenciarios que nos enviase la España, me determinaron a proponer al general Morillo que instase a su gobierno para que autorice a uno de los generales que mandan el ejército español o envíe comisionados a tratar con nosotros, ofreciéndole que sería más fácil para la España sacar ventajas de nosotros aquí tratando con nuestro gobierno mismo que con agentes de él. Apoyé también esta proposición con la necesidad en que es­taba de consultar al congreso y pedirle las bases sobre que debe fundarse el tratado que celebremos con la España. Esta razón nos pone a cubierto de toda sospecha de mala fe y falta de cumplimiento al armisticio, en el artículo de que hablo. Aún no he recibido la contestación, pero sea cual fuere, resultará que ha pasado ya un mes y que pasará todavía otro sin que pueda despacharse ningún agente, porque mis deseos son manifestar al congreso una plena confianza y ciega sumisión a sus deliberaciones en esta parte.

Como antes de que se libere Quito no puede el congreso entrar a discutir ni formar la constitución a que debe concurrir aquel departamento, y como no hay ni puede haber por ahora un negocio que reclame más urgentemente nuestra atención que la paz y los medios conducentes a conseguirla, debe V.E. presentar y recomen­dar las negociaciones como de primera importancia, exigiendo, al mismo tiempo, que se autorice al gobierno expresamente para cele­brar el tratado y se le señalen las bases en que debe fundarse.

El principio fundamental de él debe necesariamente ser el reconocimiento de Colombia como Estado libre, independiente y soberano; pero como las ventajas que se nos ofrezcan pueden ser tales que nos indemnicen de algunas cesiones o privilegios que quieran exigir, es de absoluta necesidad que se especifiquen y expresen aquellos que son más obvios y que más probablemente ocurrirán. Expondré a V.E. algunos que servirán de regla para que se añadan los más que se juzguen convenientes.

Nuestro primer objeto debe ser negociar nuestro reconocimiento simplemente con ventajas recíprocas como entre dos naciones perfectamente iguales. Es muy probable, si no seguro, que no sean aceptadas estas proposiciones y que se nos pidan (en compensación de los territorios y plazas que nos cedan y de la consagración que hacen de nuestros principios, reconociendo nuestra existencia y ser político como nación) ventajas de comercio. El congreso decidirá hasta qué punto deben concederse éstas y;

Si será conveniente tratar a los españoles como a la nación más favorecida o como a los colombianos mismos en las relaciones de comercio.

Si pueden ofrecérseles los derechos de ciudadanos con opción a los empleos públicos bajo condiciones preferentes a los demás extranjeros.

Si a los jefes, oficiales y tropa del ejército español que deseen quedarse en el país militando, o como paisanos, se les podrá permitir; siendo muchos de ellos adictos a nuestro sistema de gobierno y teniendo otros relaciones muy estrechas de amistad y parentesco en el país, no es extraño, y sí sería muy útil, que se les admitiese así como admitimos a todos los demás españoles y a los que se han pasado a nuestras banderas.

Si insistiendo ellos en conservar algún territorio, distrito o provincia de las que están comprendidas en los departamentos que forman la República, pero que están poseídas por ellos aún, podremos renunciar a las pretensiones que tenemos sobre todo el país íntegramente. Esta proposición debe particularmente contraerse al istmo de Panamá que, siendo el que más les importa, es el que deben exigir con más calor, por la defensa que aquel país ofrece a las posesiones españolas en Méjico, prescindiendo de las ventajas mercantiles.

Si podremos concluir nuestra paz sin mezclarnos de exigir también el reconocimiento de las repúblicas independientes del Sur, ni la del Perú, ni la de Méjico, o si será ésta una condición indis­pensable.

Si quedando los españoles vecinos nuestros o por sus posesiones de Méjico, o por sus grandes Antillas, podremos estipular su alianza y ligarnos con aquella nación para garantizarnos la recíproca posesión de los respectivos territorios y para prestarnos mutuos so­corros en caso de guerra, aunque sea civil o intestina, y si en el caso de concederse al gobierno este derecho se le autoriza para que ofrezca y exija socorros también pecuniarios. Yo creo que no es difícil obtener esta alianza y, aún más, creo que ella sería infinita­mente importante a Colombia para asegurar su existencia e impedir las turbulencias y desórdenes a que está la República expuesta por consecuencia de los funestos principios del antiguo régimen español, por la corrupción de las costumbres y vicios introducidos con la revolución, la anarquía y la guerra y aun por causa de reli­gión. Creo también que no será difícil conseguir que la España, en el caso de alianza, nos conceda sus tropas cuando estemos noso­tros amenazados y se conforme con dinero, cuando sea ella la que lo esté.

Si podrá concederse la restitución de las propiedades a los españoles o subditos españoles que las han perdido, porque se les han confiscado por la República; si esta restitución debe entenderse en la misma cosa o en el valor de ella, y si el gobierno español debe responder de las propiedades que ha enajenado: a quien responda, si al patriota a quien él la confiscó para enajenarla, o al nuevo poseedor que debe devolverla al antiguo.

Sería necesario emplear más tiempo que el de que puedo disponer, si quisiese hacer una narración de todos los casos que pueden ocurrir en este tratado, que, como el primero, es el más importante, porque nos da la vida y ser político y porque va a ser el origen de nuestra prosperidad y honor como nación. Desearía que V.E. opi­nase como yo por la afirmativa de todas las proposiciones que he expuesto, y deseo también que V.E. las apoye y sostenga ante el congreso. Son muy obvias las razones que me determinan por la afirmativa y no se ocultarán tampoco a V.E. si se detiene a meditarlas. Una de ellas es que de los españoles libres debemos espe­rarlo todo, como debimos temerlo todo cuando eran serviles. Las preferencias para admitirles de ciudadanos en Colombia, manifiestan nuestra buena fe, nuestra reconciliación sincera y una genero­sidad que nos honra y que procurará a la República infinitos bra­zos útiles, hombres buenos y honrados que, hablando el mismo idioma y teniendo nuestros mismos usos, tendrán menos dificulta­des para establecerse entre nosotros y para amarnos. Las ventajas del comercio, por excesivas que sean, serán siempre nulas, porque ni la Inglaterra, ni los Estados Unidos le permitirán que las goce y la obligarán a que ella misma las renuncie. La cesión del Istmo, en un último caso, es muy ligero sacrificio si se atiende a los que nos ahorra la paz ahora, a la inmensa extensión de país que ellos tienen que cedernos y, sobre todo, a las plazas fuertes que están todas en poder de ellos. El tratar nosotros independientemente de las demás secciones de América, no es deshonroso y es insignificante; lo primero, porque lo mismo hacen ellas, y porque estando ellas en la misma situación ventajosa que nosotros, está la España obli­gada a admitirlas también como naciones; y lo segundo, porque aunque reconozcamos ahora como señor de algún país o distrito a la España, no hacemos con esto sino prepararle la libertad, esparciendo las ideas liberales y proporcionándole los medios de que se substraiga también por la vía de las armas o cualquiera otra. El tratado de alianza es, en mi concepto, infinitamente importante para la República, y puede decirse que él fijará la estabilidad de los principios adoptados y obviará los inconcebibles desastres a que nos expone la tranquilidad (sic) exterior. En mi proposición he dicho bastante para que V.E. medite y se asombre. No son vanas ilusiones, son realidades que no dejan de sentirse ya. Con respecto a la restitución de las propiedades, creo que la República se carga de una enorme deuda, pero si la España se compromete también por su parte, y si hemos de dejar a los poseedores del país que ella ocupa los bienes que disfrutan, ¿por qué negarlos a los que han sido más desgraciados por abandonarlos durante la guerra?

El tiempo, repito, no me permite extenderme y yo confío en que V.E. hallará todas las otras razones que omito.

Creo excusado advertir y recomendar a V.E. que la sesión en que se trate de este negocio, sea secreta, muy secreta, y muy reservada. Que se conmine a los que la revelen, y que sobre todo se oculte el resultado, sea cual fuere y mucho más si fuere favorable.

Es muy conveniente que V.E. y el secretario de Estado asistan a la discusión; y encargo a V.E. que lo pida así al congreso.

Dios guarde a V.E. muchos años.

BOLÍVAR

* De un impreso moderno. "Cartas del Libertador" (Fundación John Boulton), tomo XII, págs. 219-223.

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