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DOCUMENTO 7433. CARTA DE BOLÍVAR A SUCRE, FECHADA EN GUAYA­QUIL EL 24 DE MAYO DE 1823, EN LA CUAL HACE UN EXHAUS­TIVO ANÁLISIS ACERCA DE LA EXPEDICIÓN COLOMBIANA AL PERÚ, QUE LO LLEVA A LA CONCLUSIÓN DE QUE EL EJERCITO NO DEBE COMBATIR MIENTRAS NO SE TENGAN LOS RESULTA­DOS DE LA POLÍTICA PERUANA. AGREGA ALGUNAS INSTRUC­CIONES.*

Guayaquil, 24 de mayo de 1823.

Al Señor General Antonio José de Sucre.

Mi querido General:

Ayer vino el Coronel Heres trayéndome una caja de papeles y de noticias. He conversado largamente con él, preguntándole todo lo que merecía explicación, y he pensado largamente sobre la suerte del Perú y del ejército libertador.

Todavía no sé nada del resultado de la batalla decisiva entre Montilla y Morales. Tampoco tengo aún noticia de que se haya instalado el congreso; y quizá hasta el 15 del mes que viene no recibo la respuesta del congreso sobre mi marcha al Perú. No siento mucho este retardo, porque en el ínterin llegan y descansan nuestras tropas, se disciplinan sus reclutas, y nos alcanzan los resultados de los sucesos de Europa, antes de emprender nada que sea decisivo en ese país.

Después de una meditación tan profunda y tan atenta cuanto soy yo capaz, me he confirmado más y más en mis primeros designios. Cada día recibo nuevos refuerzos a mis opiniones políticas: todo confirma de un modo sólido mis conjeturas sobre una próxima paz. La Inglaterra es la primera interesada en esta transacción, porque ella desea formar una liga con todos los pueblos libres de América y de Europa contra la Santa Alianza, para ponerse a la cabeza de estos pueblos y mandar el mundo. A la Inglaterra no ’e puede convenir que una nación europea y fuerte por su carácter, relaciones y antiguo dominio, como la España, tenga una posesión como el Perú en América; y preferirá que sea independiente bajo un poder débil y un gobierno frágil, así, con cua’quier pretexto apoyará la independencia del Perú; y no se puede dar pretexto más plausible que el de tener los independientes su capital, su puerto y plaza fuerte, una marina, un ejército, el espíritu del pueblo, el contagio de la independencia y vecinos aliados para esta independencia, y en fin, todo lo que cubre un pretexto para el que tiene el buen deseo de proteger un partido que le es favorable. Sabe la Inglatera que, con apoyar a la España en su pretensión sobre el Perú, disgusta a todos los pueblos del Nuevo Mundo que tienen el empeño de la indepen­dencia absoluta. Debe saber también la Inglatera, no menos que la España, que es un germen de guerra eterna la posesión del Perú por la España; que siempre ha de haber la antipatía na­cional entre los antiguos y los nuevos españoles y, por lo mis­mo, hemos de procurar todos echarlos del Nuevo Mundo, para que jamás puedan revivir sus derechos posesivos; de modo que si la Inglaterra desea que el imperio que ahora pretende formar con la liga de los pueblos libres, no tenga turbaciones que pon­gan en peligro sus partes o el todo de este coloso, deben nece­sariamente procurar arrancar la semilla de la discordia, que for­zosamente nos habría de conservar un dominio europeo en el nuevo continente.

No hay la menor duda de que nuestra actual situación nos ordena imperiosamente el mantener, con la mejor apariencia, nuestra posesión del Perú para que logremos su independencia. Esta se pone en un riesgo inminente exponiéndola a la suerte de las armas en momentos en que la América está pendiente de la po­lítica europea, que no da espera ninguna, y que ha decidido ya de nuestros intereses con aquella presura que exige el peligro de la España y la prosperidad de la Inglaterra. Perdiendo no­sotros una batalla todo cambia contra el Perú: entonces las apa­riencias están por los españoles, poco menos que las realidades, pues, desde luego, no sólo situarán al Callao sino que ocuparían la provincia de Trujillo, que es el Perú que tenemos. Vd. sabe que, por esta parte, no han quedado tropas; que los cuerpos que se están levantando ahora, son de guarniciones locales, indis­pensables por una parte, e inamovibles por otra. Hasta de aquí a dos o tres meses, no vendrán los cuerpos que se esperan de las costas del Norte; por lo que nos sería imposible defender esta provincia de Trujillo y mantener a Pasto en quietud después de una derrota en esa parte. Todo esto quiere decir, que mientras no se haya decidido la batalla contra Morales, no podemos contar con seguridad en el Sur; que mientras estén pendientes los suce­sos militares de los sucesos políticos, son inútiles los esfuerzos que hagamos por combatir; y que mientras el conjunto de los negocios, de preparativos y de todas las tropas, no esté en aquel estado de perfección que asegure la victoria a una operación mili­tar, es demencia sacar las cosas de su estado natural.

Mire Vd. lo que yo pienso sobre la nueva campaña que se pretende abrir. Diré a Vd., desde luego, que es preferible no hacer nada, y aun perder en inacción nuestras tropas, que dar nuevos trofeos al enemigo, prestándole más brillantes barnices a sus victorias pasadas; y ofrecerle armas, tropas y medios de todas clases para aumentar su superioridad y sus orgullosas pretensiones. Estoy cierto, como de mi existencia, que todo lo que hagamos es perdido: primero, porque la mayor parte de nuestras tropas son reclutas, y las de ellos son veteranas; segundo, porque las nuestras son aliadas, y las de ellos obedecen a un solo jefe y a un solo gobierno; tercero, porque no tenemos bagajes ni caballos, y ellos los tienen; cuarto, porque nosotros no tenemos recursos de víveres en las costas, y ellos los tienen en la sierra; quinto, porque nosotros no tenemos las posiciones que ellos tienen defendibles y continuas; y últimamente, porque ellos han sido vence­dores, y los nuestros vencidos.

Si en lo que yo digo hay error, mis consecuencias son erróneas; pero si los datos que acabo de enumerar son ciertos, nuestras desgracias y derrotas son infalibles. La fortuna no puede cambiar el orden necesario de las cosas; podrá influir en alterar algo, pero no en deshacer el todo. Pretender que con nuestros elementos se logre un éxito feliz, es mandar a las cumbres de los Andes a sembrar árboles de cacao; se llevará toda la semilla del mundo, y no producirá un solo grano.

¿Quién puede cambiar la esencia de las cosas? No me persuado que Vd. ni nadie se imagine que haya virtud mágica, ni poder en hombre alguno para arrancar las pasiones de los hombres enconados entre sí, para crear caballos y muías en un día, para transformar reclutas en veteranos, para dar agua a los desiertos, allanar las montañas y sacar víveres del maná. Creo que nadie puede hacer estos milagros, y yo menos que otro alguno.

Por lo mismo, mi inalterable resolución es que el Perú espere su independencia de la política y del tiempo; mas de ningún modo de los combates. Tengo la satisfacción o la presunción de haber visto siempre con desprecio a los generales españoles y a toda su nación, no por esto puedo añadir que veo con este mismo desprecio a los enemigos del Perú; y cuando hago esta confe­sión parece que tengo derecho a que se haga caso de mi inge­nuidad. No son Canterac ni Valdés los que son temibles; sus re­cursos, posiciones y victorias le dan una superioridad decisiva, que no se puede contrarrestar de repente, sino lenta y progresiva­mente.

La expedición de Santa Cruz es el tercer acto, y la catástrofe de la tragedia del Perú: Canterac es el héroe, y las víctimas, Tristán [1], Alvarado y Santa Cruz. Los hombres pueden ser diferentes; pero los elementos son los mismos; y nadie cambia los elementos.

Por más que se le hayan dado instrucciones a Santa Cruz buenas y sabias, el resultado, por eso, no será menos funesto. Tris­tán tuvo las mismas, y su jefe de estado mayor es el mismo de Santa Cruz; quiero decir el alma de una y otra expedición, con mucho valor, con mucho mérito; pero sin medios para cam­biar las cosas. Alvarado es de un mérito cumplido, y no tuvo mejor éxito. Conque está visto que no debemos contar más con la ex­pedición de Santa Cruz, por mucho que haga y pueda hacer este oficial, como yo lo espero de su cabeza y valor. Irá a Inter­medios, encontrará pocas fuerzas, lo atraerán y después de todo Je sucede una de estas tres cosas: primera, disminuye su división forzosamente por marchas y contramarchas, enfermedades y com­bates; segunda, es batido al principio si Valdés tiene 3.000 hombres; o bate a Valdés si tiene menos; y entonces sucede la tercera, que es la de internarse a Arequipa y a Puno [2], donde Canterac, por una parte, las tropas del Alto Perú, por otra, aca­ban con nuestra división, o la fuerzan a reembarcarse si aún permanecen los trasportes en las playas. Este resultado puede ser más o menos infausto, mas no dejará de serlo. Un cuerpo flaman­te como el de Santa Cruz en una retirada simple por desiertos, no necesita para sucumbir más que perseguirlo vivamente con infan­tería y con caballería. Si antes no persiguieron, ahora lo harán, porque las cosas para hacerlas bien, es preciso hacerlas dos veces: es decir, que la primera enseña la segunda. La expedición de Santa Cruz, por muy bien que le vaya, deja al enemigo la mitad de sus armas y la mitad de sus fuerzas, lo que multiplica sus medios de superioridad. En todo esto no se ha hecho mención aún de la escuadra española, que si viene, duplica la causa de la ruina total de la división de Santa Cruz: en aquel caso no se esca­pa ni la noticia del suceso.

El enemigo, en el caso en que se encuentra actualmente hará esto, o será un imbécil, que no lo es. Sabe que han marchado 5.000 hombres nuestros; espera batirlos con 3.000 de los que tengan Valdés y Olañeta [3] en el Desaguadero, que probablemente se reunirán para esperar a Santa Cruz. Canterac se quedará con su división intacta en Jauja, con cuerpos avanzados sobre Ica [4] y Pisco [5], para que nos quiten los recursos cuando vayamos avanzando por aquella parte. El deber pensar que hemos mandado aquella expedición a llamar la atención por el Alto Perú porque sabe que no puede servir para otra cosa; porque es incapaz de batir su división en último resultado, aun cuando obtenga su­cesos ventajosos; porque la caballería de Canterac es muy su­perior y tiene muchos caballos buenos; y porque los nuestros son soldados nuevos, y aquéllos viejos. Canterac, pues, atenderá de preferencia a las tropas aliadas, porque son más aguerridas y más numerosas, y porque supone que yo voy a mandarlas, como en efecto será, luego que me lo permita el congreso y el suceso de Morales. Quiere decir que Canterac abandonará el Desaguadero [6] para atender a Arequipa o al Cuzco en el último caso; y que su buena división estará siempre sobre la nuestra de Lima: una y otra serán poco más o menos iguales en número; pero en calidad, las diferencias serán contrarias a nosotros: primero, nuestra infantería tendrá una tercera parte de reclutas muy reclutas, débiles, flacos y tímidos, como son los quiteños; segundo, nuestra caballería será inferior en número, y sus caballos no llegarán al campo de batalla; tercero, la división de Canterac será una sola en persona, y la nuestra será de tres que no se entienden entre sí. Añada Vd. que Canterac tiene para sí dos ventajas ab­solutas: la primera es que con su infantería nos esperará en posi­ciones fuertes, y si las tomamos después de mucha pérdida, irá a eperarnos a una llanura donde su caballería nos dará el pago; y la segunda es que él tiene todo lo necesario; y nosotros no po­dremos llevar sino nuestras propias necesidades, y en ellas los principios de nuestra aniquilación.

De aquí concluiré que la división de Santa Cruz no puede nunca tomar el Perú; y la que está en Lima no puede batir a Cante­rac. Luego necesitamos reunir todas nuestras fuerzas para lograr un golpe capaz de variar la suerte del país. Se me dirá que esto no puede ser porque no hay recursos ni movilidad. Replicaré que si no puede ser no se haga nada. Se me dirá que no hay medios de subsistencia para mantenernos en inacción; y a esto replicaré, que el Perú tiene todavía recursos, crédito y esperanzas; que se consuman todas antes de empeñarnos en nuestra propia ruina, por­que en la duda de lo que se debe hacer, la sabiduría aconseja la inacción, para dar al tiempo la facultad de variar las escenas y de presentar nuevas miras. Después de todo esto, lo que nos aconseja la sabiduría concuerda con lo que nos ha dictado la ne­cesidad: nuestros reclutas necesitan de disciplinarse; nuestros ca­ballos y bagajes, de engordar y ponerse en estado de servicio, y yo necesito de algunos días para moverme, porque absolutamente no puedo irme en el día por mil y una razones.

Si el gobierno del Perú toma medidas capaces de alimentar nuestras tropas en ese país, podemos auxiliarle también con arroz, leña, carne, menestras y demás que sea barato aquí. Si ese gobierno no puede alimentar esas tropas con estos auxilios que podemos ofre­cerle, entonces y en el último y más extremado caso, después de haber agotado todos los recursos y todos los argumentos, podre­mos hacerle el sacrificio de 2.000 hombres de Colombia, para que los sacrifique en una expedición que indefectiblemente ha de ser desgraciada: estos 2.000 hombres serán compuestos de los dos batallones de Voltíjeros y Pichincha, tomando de los demás para el completo de 1.000 cada uno, todos los hombres de Guayaquil, de Tumaco, del Istmo y de Santa Marta que han llevado esos cuerpos de la Guardia. En fin, se completarán los 2.000 hombres con soldados robustos y de climas calientes, y los mandará el General Lara, y el Coronel Urdaneta como jefe de estado mayor. Los otros tres batallones de Colombia se quedarán instruyendo nuestros reclutas, guarneciendo el Callao y a Lima, pero pidiendo desde luego a ese gobierno que no quede mandando dicha plaza ese oficial Anaya, u otro semejante, sino que se la den a un general u oficial de la confianza del gobierno y de Vd.; un hombre, en fin, que no nos haga traición, en ningún caso, como ya la hizo antes el actual gobernador, porque el traidor es traidor siempre. Pida Vd. sin rebozo la expulsión de todos los godos y enemigos que están mandando; y si no lo hacen así, no dé nuestros batallones para nin­guna expedición, porque no hay ninguna seguridad con semejante gente ni en Lima ni en el ejército.

Esta nueva expedición que se haga, se compondrá de las tropas de los aliados y de todas las que tenga el Perú en Lima y el Callao, o en cualquiera otra parte; y si no, que no vayan las tropas de Colombia a ninguna expedición, porque no se deben sacrificar solas por ninguna causa. Dicha expedición será movida según lo dicte el estado del día, con uno de estos objetos: primero, auxiliar al General Santa Cruz en Intermedios; segundo, llamar la atención del enemigo por Jauja o por lea; y tercero, ocupar algún territorio vacante que deje el enemigo y tenga recursos de subsistencia; pero de ningún modo convendré en que nuestras tropas se comprometan en combates probables, sino seguros; y mucho menos si son decisivos. Repito aquí de nuevo mi orden del día, de no combatir, sino esperar los resultados de la política.

Si el gobierno del Perú no quiere seguir ninguno de estos planes puede Vd. indicarle que nuestras tropas pueden venir a la provincia de Trujillo hacia Cajamarca, dejando la guarnición necesaria en el Callao. Entonces aquel país dará algunos recursos y yo mandaré el resto. Nuestros batallones podrían también distribuirse en acantonamientos cómodos sobre Huánuco y otros pun­tos que amenazasen, aunque de lejos, al enemigo; y que variasen en cierto modo su permanencia, para hacerla menos pesada a los pueblos. Sea donde sea que éstas vayan, siempre estarán mejor disciplinándose y viviendo de cualquier modo hasta que yo vaya a darles dirección, advirtiendo a Vd., de paso, que yo mismo no emprenderé nada si no tenemos medios de movilidad y caballos robustos para la caballería; porque el movimiento es el alimento de la guerra, como de la vida. Con este objeto, debe Vd. empeñarse fuertemente con ese gobierno para que se redoblen los es­fuerzos para conseguir caballerías, y que se mantengan bien con un cuido esmerado, con herraduras y repuesto de ellas; que no se permita que nadie monte un caballo, y que estos caballos se cuiden por personas que los quieran como si fuesen sus propias mujeres. Si la expedición del General Santa Cruz cumpliere con su misión y vuelve a Pisco o al Callao sin grandes pérdidas, soy de sentir que entonces conviene hacer un movimiento general con todas las tropas reunidas y estando yo a su cabeza; de otro modo las disensiones intestinas serán nuestros vencedores. Pero añado también, que este movimiento no deberá efectuarse sino después de saber que los españoles no reconocen la independencia del Perú; porque este caso único es el que debe imponernos la necesidad de arrancar con las armas una decisión ya dada por la política. Lo diré más claro: perdida la esperanza, debemos buscar la salud en la desesperación de un combate que, perdido, no habrá añadido ni quitado nada al Perú; y ganado, le habrá dado la esperanza de ser independiente. Esta es mi última razón.

Soy de Vd. afectísimo servidor y amigo.

BOLÍVAR

Adición. — Tenga Vd. esta carta por oficial: la reconozco como tal para que en todo tiempo sirva a Vd. de documento auténtico.

* De un impreso moderno. Cartas del libertador (Fundación Lecuna), tomo III, págs. 393-400.

Notas

[1] Debe tratarse del general Domingo Tristán y Moscozo (1768- 1817) nacido en Arequipa. Colaboró con San Martín y con Bolívar en la campaña del Perú.

[2] Puno, ciudad del Perú, capital del Departamento del mismo nombre.

[3] Pedro Antonio Olañeta, general español que actuó en el Perú en tiempos de la Independencia para mantener el absolutismo.

[4] Ica, ciudad del Perú capital de la provincia y del Departamento del mismo nombre.

[5] Pisco, ciudad del Perú capital de la provincia de igual nombre.

[6] Desaguaderos, río de Bolivia que comunica los lagos Titicaca y Poopó.

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